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lunes, 23 de junio de 2025

¡A la hoguera!

 



Esta noche no voy a encender fuego para hacer una hoguera, por prudencia y por el calor. Pero sí voy a hacer una hoguera metafísica, porque hay que ahuyentar muchos malos espíritus, prescindir de muchas maldades y purificarnos todos el alma, o sea, la mente.

Con todo el cariño humano posible voy a quemar simbólicamente en esa hoguera a quienes matan, hieren, torturan y usan la sangre, el dolor y la vida de los demás para conseguir sus pobres y sucios fines; a los pobrecitos creyentes en el “todo vale”, “lo único que importa es el dinero” y groserías de este tipo; a quienes interrumpen o hacen ruidos prescindibles cuando alguien habla, bien para empequeñecer su discurso, bien para poner su enflaquecido ego en el centro del mundo, que es lo que creen -¡los pobres!- que necesitan; a quienes, en un descuido, perdieron la ética y, por tanto viven como pobres animalitos antropomórficos, haciendo de los caprichos, del vivir sin pensar, del interés o de la conveniencia los únicos motivos de actuación; a quienes, porque es lo que se ha hecho siempre, se afanan en tener hijos, pero luego, los pobres, no los educan como seres humanos; a los pobrecitos que juegan impunemente a ser fascistas y obligan a los demás a hacer lo que ellos quieren, a pensar como ellos creen que piensan y a impedir que cada uno sea como es, para que reproduzcan las brutalidades que se les ocurran; a los pobrecitos que tienen que hacer un uso privado de lo público y escuchar la televisión en el móvil en el restaurante o charlar sus cotilleos en el museo delante del cuadro que hay que ver, pero no miran, o gritar y fumar en las terrazas, a escasos centímetros de donde estás; a quienes se olvidaron de que en su humanidad real y vital están los otros y el respeto a los otros, y los pobres cayeron en el basto individualismo que les llevará en su día a quedarse solos; a los pobres buleros que sacan, desde los sucios y bajos fondos de su ser, las mentiras más útiles para sus intereses particulares; a los pobrecitos que, desde su lamentable ignorancia, se refugian en los negacionismos, sea del cambio climático, de las vacunas o de lo que se les ocurra, sin pensar, ni por error, en las consecuencias para los demás de lo que defienden; y a Trump, a los miles de Trumps que habitan el mundo y a los millones de pobres acomplejados Trumpitos, Trumpitas y Trumpetes que te encuentras al doblar cualquier esquina. 

Es posible que después de la quema me quede, ¡pobre de mí!, casi en soledad, pero es lo que hay. Y espero no quemarme yo.