Lo primero que hice al llegar a la facultad fue ubicar una biblioteca pública. No podía imaginarme solamente rodeada de apuntes durante cinco años. Y mi lugar de origen estaba a muchos kilómetros, imposible cargar con tanto peso. La visitaba cada dos semanas. Recorría las estanterías, sin buscar nada concreto. Quería que autores e historias me descubrieran a mí, mientras vagaba por pasillos interminables. Un día, al volver a casa, encontré a un compañero de la carrera. Me confesó que me veía muy a menudo desde su ventana y que no comprendía qué podía retenerme entre esas cuatro paredes. Le respondí una obviedad, como no podía ser de otro modo. “¿Y qué harás cuando te los hayas leído todos?”, me preguntó. Imposible. Inabarcable. Aunque únicamente me dedicara a ello, no lograría tal objetivo...
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