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domingo, 16 de enero de 2022

Alcibíades, el PPrecursor







Hoy me he acordado de este texto, que publicó Irene Vallejo no hace mucho en El País, perteneciente a un artículo titulado Mientras alguien cena o abre la ventana:

"Desde tiempos remotos, los poderosos utilizan técnicas de distracción para captar la atención y ocultar lo que realmente está pasando. En la Grecia antigua, su precursor fue Alcibíades, sobrino de Pericles y discípulo de Sócrates. Líder joven, consentido y muy inteligente, se convirtió en el ídolo de los atenienses. Cierta vez y sin motivo aparente, mandó cortar la cola a un valioso perro de caza que había comprado por una fortuna. Toda la ciudad se lanzó a conjeturar, opinar, condenar, indignarse. Alcibíades, tranquilo y risueño, confió a un amigo que, mientras los atenienses se preocupaban por el rabo de su perro, no se fijaban en su mal gobierno".

Recuerdo que me quedé PerPlejo, PPasmado, diría yo, al contemplar como estos vicios infames y llenos de PPodredumbre son tan antiguos. Se ve que también a Sócrates se le colaban en clase PPájaros de mucho cuidado y PPoco escruPPulosos con los PPerros, con tal de salirse con la suya.

miércoles, 7 de julio de 2021

Palabras para aprender. El callejón de los cuentos, por Irene Vallejo






Sigue siendo un rito mágico y crucial: en la vigilia del sueño, los niños descubren las palabras, la infancia sale del silencio.

Irene Vallejo lo analiza en la columna El callejón de los cuentos, publicada en El País el 4 de julio.

Puedes leerla aquí.


miércoles, 30 de junio de 2021

Papeles para aprender. Irene Vallejo. El papel de la cultura



 Dice Irene Vallejo que la idea de la cultura como lujo elitista y superfluo está lejos de la realidad. 

Entrevista para el diario Málaga hoy, que puedes leer aquí.

jueves, 17 de junio de 2021

domingo, 13 de junio de 2021

Papeles para leer. Irene Vallejo: Quédate, fantasma

 



En los primeros momentos del duelo, no queremos volver a la vida normal. La idea misma del consuelo suena a deserción.


Puedes leer el artículo aquí

sábado, 28 de noviembre de 2020

El infinito en un junco / 8




Heródoto, que vivió en el siglo V a.C., era un buscador de lo asombroso, capaz de analizar los hechos desde una perspectiva más amplia que la que ofrece la contemplación directa de los hechos. Tenía una enorme afición por los viajes y, en palabras de Jacques Lacarrière, que cita Irene Vallejo en la página 180 del libro,

“se esforzó por derribar los prejuicios de sus compatriotas griegos, enseñándoles que la línea divisoria entre la barbarie y la civilización nunca es una frontera geográfica entre diferentes países, sino una frontera moral dentro de cada pueblo; es más, dentro de cada individuo”.

Escribió un libro, que tituló Historias, en el que no relata el punto de vista de los griegos en las guerras del momento, sino la de sus enemigos, los persas y los fenicios. Con las Historias de Heródoto nace la disciplina que hoy conocemos con el mismo nombre. En palabras de Irene Vallejo (pág. 182),

“la historia occidental nace explicando el punto de vista del otro, del enemigo, del gran desconocido. Me parece un planteamiento profundamente revolucionario, incluso veinticinco siglos después. Necesitamos conocer culturas alejadas y diferentes, porque en ellas contemplamos reflejada la nuestra. Porque solo entenderemos nuestra identidad si la contrastamos con otras identidades. Es el otro quien nos cuenta mi historia, el que me dice quién soy yo”.

martes, 24 de noviembre de 2020

El infinito en un junco / 7




Dice Irene Vallejo en las páginas 168 y s. de su libro:

“En algún momento, la biografía de Safo dio un giro. Su matrimonio acabó y ella cambió las rutinas del hogar por una nueva actividad que no conocemos bien. Recurriendo a los deteriorados fragmentos que nos han llegado de sus versos y a través de noticias sobre ella, podemos reconstruir el ambiente poco convencional en el que vivió esos años. Sabemos que dirigió un grupo de chicas jóvenes, hijas de familias ilustres. Sabemos también que se enamoró en momentos sucesivos de algunas de ellas -Atis, Dica, Irana, Anactoria-, y que juntas componían poesía, hacían sacrificios a Afrodita, trenzaban coronas de flores, sentían deseo, se acariciaban, cantaban y bailaban, ajenas a los hombres. De vez en cuando, una de estas adolescentes se marchaba, quizá para casarse, y la separación hacía sufrir a todas. Por último, nos dicen que en la isla de Lesbos había otros grupos parecidos, dirigidos por mujeres a las que Safo considera enemigas. Y se siente dolorosamente traicionada por las chicas que la dejan para entrar en un círculo rival”.

Hay que aclarar, como hace la autora más adelante, que estos amores de Safo por las chicas de su círculo no estaban mal vistos entre los griegos, sino, más bien lo contrario, eran admitidos y deseados, ya que consideraban que el amor era la principal fuerza educadora.

sábado, 21 de noviembre de 2020

El infinito en un junco / 6




Este texto que entresaco aquí me parece muy interesante no sólo para conocer algo que quizás no conocíamos, sino para que pensemos en algo tan cotidiano como lo que nos resulta atractivo y lo que deseamos.

Leemos en las páginas 168-169 del libro de Irene Vallejo lo siguiente:

“Safo escribió: «Dicen algunos que nada es más hermoso sobre la negra tierra que un escuadrón de jinetes, o de infantes o de naves. Pero yo digo que lo más bello es la persona amada». Estas palabras sencillas esconden una revolución mental. Cuando se escribieron, en el siglo VI a.C., rompieron los esquemas tradicionales. En un mundo profundamente autoritario, el poema sorprende porque contiene múltiples perspectivas, e incluso parece celebrar la libertad del desacuerdo. Además, se atreve a cuestionar aquello que la mayoría admira: los desfiles, los ejércitos, el despliegue y el alarde de poder. Seguramente Safo habría cantado lo mismo que Georges Brassens sobre su mala reputación: «Cuando la fiesta nacional / yo me quedo en la cama igual, / que la música militar / nunca me supo levantar». Frente a las aburridas exhibiciones de músculo guerrero, ella prefería sentir y evocar el deseo. «Lo más bello es lo que cada uno ama». Inesperado, este verso afirma que la belleza está primero en la mirada del amante; que no deseamos a quien nos parece atractivo, sino que nos parece atractivo porque lo deseamos. Según Safo, quien ama crea la belleza; no se rinde a ella como suele pensar la gente. Desear es un acto creativo, al igual que escribir versos. Favorecida con el don de la música, la menuda y fea Safo podía ataviar con sus pasiones el minúsculo mundo que la rodeaba, y embellecerlo”.

Me parece un buen texto para pensarlo con calma. Por una parte, la belleza no está ahí fuera, sino que está en nuestra mirada. Los cánones, las modas y los estereotipos no son más que mentiras diseñadas para manejar a quienes tienen débil la mirada. Y por otra, está el poder del deseo. No deseamos lo que nos atrae, sino que algo nos atrae porque lo deseamos. Nos ocurre con las personas y -quizás aquí se vea más claro- con las cosas: no deseamos el dinero porque nos resulte atractivo, sino al revés, nos resulta atractivo porque lo deseamos.


martes, 17 de noviembre de 2020

El infinito en un junco / 5




En la página 167 y siguiente habla Irene Vallejo de una de las mujeres más conocidas de la antigua Grecia: Safo.

Safo -lo cuenta ella misma- era bajita, morena y poco atractiva. Nació en una familia aristocrática venida a menos. A diferencia de Cleobulina, no era hija de reyes. Su hermano mayor dilapidó la fortuna familiar, o lo que quedaba de ella. La casaron con un extraño, como era habitual, y tuvo una hija. Todo lo encaminaba a una vida anónima.

Las mujeres griegas no escribían poesía épica, claro. No conocían la experiencia de las armas porque las batallas eran el peligroso deporte de la aristocracia masculina. Además, ellas no podían llevar la vida libre e itinerante de los aedos, viajando de ciudad en ciudad para ofrecer su canto. Tampoco participaban en los banquetes, ni en las competiciones deportivas, ni en los asuntos políticos. ¿Qué podían hacer? Cobijaban recuerdos. Como esas niñeras y abuelas que contaban cuentos a los hermanos Grimm, transmitían de generación en generación leyendas viejísimas. También componían cantos para los coros femeninos (canciones de boda, canciones en honor de los dioses, canciones para bailar). Y hablaban de sí mismas en poemas para una sola voz, acompañados de la lira -de ahí proviene el término “poesía lírica”-. Se trataba de universos obligatoriamente pequeños y locales. Aún así, de forma casi milagrosa, algunas mujeres lanzan desde su rincón una mirada original y fulminan los muros que las aprisionan. Lo hizo Safo. Lo harían otras reclusas transgresoras como Emily Dickinson o Janet Frame”.

martes, 10 de noviembre de 2020

El infinito en un junco / 3




En la página 146 de su libro dice Irene Vallejo que

“esta antigua fe en la cultura nació como un credo religioso, con su lado místico y su promesa de salvación”.

Y añade: 

“Lo único que merece la pena es la educación -escribe en el siglo II un seguidor de este culto-. Todos los otros bienes son humanos y pequeños y no merecen ser buscados con gran empeño. Los títulos nobiliarios son un bien de los antepasados. La riqueza es una dádiva de la suerte, que la quita y la da. La gloria es inestable. La belleza es efímera; la salud, inconstante. La fuerza física cae presa de la enfermedad y la vejez. La instrucción es la única de nuestras cosas que es inmortal y divina. Porque solo la inteligencia rejuvenece con los años, y el tiempo, que todo lo arrebata, añade a la vejez sabiduría. Ni siquiera la guerra que, como un torrente, todo lo barre y la arrastra, puede quitarte lo que sabes”.

Para algunos esta idea sigue siendo hoy válida, pero me da la impresión de que somos pocos.



sábado, 7 de noviembre de 2020

El infinito en un junco / 2




 Dice Irene Vallejo en la página 146 de su libro:

“Aunque esta idea [de hacer de la propia vida una obra de arte] no era nueva, en la época helenística se convirtió en un refugio para los desorientados huérfanos de las libertades perdidas. En ese periodo, la paideía -en griego, 'educación'- se transforma para algunos en la única tarea a la que merece la pena consagrarse en la vida. El significado de la palabra se va enriqueciendo, y, cuando romanos como Verón o Cicerón necesitan traducirla al latín, el eligen el término humanitas. Es el punto de partida del humanismo europeo y sus irradiaciones posteriores. Los ecos de esta constelación de palabras no se han apagado todavía. La Enciclopedia ilustrada rescató la antigua paideía -que desciende de la expresión en kyklos paideía, [que significa educación en círculo]-, que todavía hoy resuena en el experimento global y políglota de la Wikipedia”.

Me parece muy importante que ya los griegos asociaran la educación con la humanización, con la huida del tosco estado en el que nacemos para convertirnos en los seres humanos que estamos destinados a ser. No sé si hoy esta idea ha caído de nuevo en desuso o si tanto la educación como la humanización han sido astutamente sustituidas por brutos becerros de oro.