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lunes, 8 de junio de 2009

La cosa Berlusconi

Sé que algunos y algunas lo habréis leído ya, pero también sé que hay quienes no son muy amigos de los periódicos. Para ellos pongo aquí este breve artículo del Premio Nobel José Saramago. Y también, porque el sentido de este blog es recoger en él este tipo de escritos, estos relatos críticos sobre la vida que sirvan para pensar.

No me gustaría, en todo caso, que se confundiera la excusa de las fotos recientemente publicadas con el núcleo de lo que significa este ser “peligrosamente parecido a un ser humano”. No es que celebre fiestas con chicas y con señores desnudos lo escandaloso, sino el uso de fondos públicos para ello, el estilo de este tipo y la chulería autoritaria de la que hace gala. Hoy es el prototipo de salvaje urbano y el modelo para muchos débiles de conciencia que no ven más allá de lo que les interesa para vivir hoy olvidándose de que existen como seres humanos.

El artículo de Saramago apareció en El País de ayer 7 de junio de 2009. Dice así:

La cosa Berlusconi

No veo qué otro nombre le podría dar. Una cosa peligrosamente parecida a un ser humano, una cosa que da fiestas, organiza orgías y manda en un país llamado Italia. Esta cosa, esta enfermedad, este virus amenaza con ser la causa de la muerte moral del país de Verdi si un vómito profundo no consigue arrancarlo de la conciencia de los italianos antes de que el veneno acabe corroyéndole las venas y destrozando el corazón de una de las más ricas culturas europeas. Los valores básicos de la convivencia humana son pisoteados todos los días por las patas viscosas de la cosa Berlusconi que, entre sus múltiples talentos, tiene una habilidad funambulesca para abusar de las palabras, pervirtiéndoles la intención y el sentido, como en el caso del Polo de la Libertad, que así se llama el partido con que asaltó el poder. Le llamé delincuente a esta cosa y no me arrepiento. Por razones de naturaleza semántica y social que otros podrán explicar mejor que yo, el término delincuente tiene en Italia una carga negativa mucho más fuerte que en cualquier otro idioma hablado en Europa. Para traducir de forma clara y contundente lo que pienso de la cosa Berlusconi utilizo el término en la acepción que la lengua de Dante le viene dando habitualmente, aunque sea más que dudoso que Dante lo haya usado alguna vez. Delincuencia, en mi portugués, significa, de acuerdo con los diccionarios y la práctica corriente de la comunicación, "acto de cometer delitos, desobedecer leyes o padrones morales". La definición asienta en la cosa Berlusconi sin una arruga, sin una tirantez, hasta el punto de parecerse más a una segunda piel que la ropa que se pone encima. Desde hace años la cosa Berlusconi viene cometiendo delitos de variable aunque siempre demostrada gravedad. Para colmo, no es que desobedezca leyes sino, peor todavía, las manda fabricar para salvaguarda de sus intereses públicos y privados, de político, empresario y acompañante de menores, y en cuanto a los patrones morales, ni merece la pena hablar, no hay quien no sepa en Italia y en el mundo que la cosa Berlusconi hace mucho tiempo que cayó en la más completa abyección. Este es el primer ministro italiano, esta es la cosa que el pueblo italiano dos veces ha elegido para que le sirva de modelo, este es el camino de la ruina al que, por arrastramiento, están siendo llevados los valores de libertad y dignidad que impregnaron la música de Verdi y la acción política de Garibaldi, esos que hicieron de la Italia del siglo XIX, durante la lucha por la unificación, una guía espiritual de Europa y de los europeos. Es esto lo que la cosa Berlusconi quiere lanzar al cubo de la basura de la Historia. ¿Lo acabarán permitiendo los italianos?



lunes, 23 de marzo de 2009

El salvaje urbano / 2


El 21 de febrero de 2009 Luis Ruiz Ávila publicaba en el diario El País una carta al director tutulada Teléfonos en el AVE. El texto, amargo y realista, era el siguiente:

Soy viajero frecuente del AVE Barcelona-Madrid y ahora mismo estoy lanzado a 300
kilómetros por hora rodeado de tres individuos vociferantes que despachan por teléfono, sin pudor alguno, temas del niño, de la abuela, de Jordi y hasta del cliente que no paga o el jefe que es un inepto. Encadenan temas banales y trascendentes, y tienen además el timbre del teléfono puesto en modo ring y volumen máximo, ya que, entre unos y otros, si lo tuvieran más bajo no se enterarían de la llamada.

En fin, que estoy harto. Harto de esa falta de respeto generalizada, harto de despertarme sobresaltado por melodías variopintas, harto de enterarme de los problemas de los demás.

Pero lo que más me cabrea no es la mala educación. Lo que más me cabrea es que yo sea incapaz de levantarme de mi asiento y decirle a mi vecino del 11-A que haga el
favor de ir a hablar al rellano del vagón, sabiendo que me ampara la razón y la cordura.

Estoy enfadado, pero no con el mundo, sino conmigo mismo y mis estúpidas represiones sociales y cobardía que hacen que a lo único que puedo aspirar es a escribir esta queja al diario con la vaga esperanza de verla publicada, y que si alguien la lee y la comparte sea capaz, él o ella sí, de levantarse del asiento y decirle al del 11- A que nos respete a todos los demás.

Desde el AVE, volviendo a Barcelona a las 22.30.

Quiero mostrar aquí mi comprensión y mi solidaridad con el señor Ruiz Ávila. Creo que cualquiera con un poco de sensibilidad social, de educación, de sentido común y dotado de un mínimo de formación moral entiende que estos comportamientos son propios de los salvajes urbanos que crecen como hongos por todas partes. La TV, los personajes públicos -unos más que otros, es verdad-, el 'todo vale', la chabacanería cultural dominante, el despiste de los profesores, el individualismo atroz, la ausencia de los padres como educadores de sus hijos, el desprestigio del saber y tantas otras cosas han destrozado la ética. Encontrar hoy un grupo de seres que, no sólo por su aspecto exterior, sino por su actuación, puedan ser fácilmente calificados como humanos es tarea cada vez más complicada.

Y no sólo es lo que con tanta razón denuncia el Sr. Ruiz Ávila. Es que vayas donde vayas te encuentras el tipo molesto, grosero, hortera y bravucón que te va imponiendo sus caprichos mediocres, los quieras o no los quieras. Creo que ya conté aquí lo desagradable que fue un día que volvía a Madrid en el Altaria y, al tomar un tren de cercanías hasta casa, tuve que soportar en el mismo vagón la guerra de dos individuos con la música de sus teléfonos móviles funcionando sin auriculares, echando al aire a todo volumen, uno hip hop y el otro rock. O el volumen al que habla cada vez más gente en un simple autobús, sin el menor reparo en ir contando a gritos sus intimidades, como si sus vidas mediocres le interesaran a alguien.

La contaminación sonora es fruto de la contaminación mental. El salvaje urbano sigue avanzando. ¿Cómo se para esto?
.

lunes, 23 de febrero de 2009

El salvaje urbano

Hay seres humanos que no acaban de darse cuenta de que en realidad son seres racionales. No se dan cuenta porque no son capaces de llegar a esa conclusión por sí mismos y, también, porque nadie se lo dice con suficiente claridad. Por el contrario, estos seres humanos tienden más a pensar que, en el peor de los casos, puede que hayan venido a esta vida a obedecer, a cumplir con unas normas. Pero, como no saben por qué deben cumplir esas normas, no tienen ninguna motivación para hacerlo. En este universo de ignorancia, los más débiles caen en la tentación de cumplir las normas por miedo a un castigo eterno. Los que no son tan débiles, en cambio, se sienten capaces de cumplirlas o no cumplirlas, según convenga o no a sus propios intereses. Así se va fraguando el todo vale y así va surgiendo un nuevo tipo antropomorfo que amenaza con dominar la Tierra: el salvaje urbano.