Mañana es fiesta en la Comunidad de Madrid. Se “celebra” la festividad del Corpus Christi, de tan hondo significado para todos los habitantes madrileños. Hace pocos días las autoridades correspondientes no permitían a una chica marroquí ir a clase con un pañuelo en la cabeza. Incluso la máxima autoridad civil de la Comunidad se mostraba de acuerdo con tal medida. Ahora, en cambio, musulmanes, hindúes, ateos, agnósticos y gentes de cualquier religión o de ninguna tienen que “celebrar” una festividad cristiana situada en mitad de la semana y sin que ninguno de ellos sepa, posiblemente, lo que quiere decir tan, al parecer, importante conmemoración. Esto sí está justificado porque le da la gana al poder. Lo otro, no.
Ayer tuve que explicar en clase qué era el integrismo, concepto de origen católico que expresa la actitud de intentar transmitir a lo largo de la historia y sin que le afecte ningún tipo de cambio un mensaje íntegro, idéntico al original, normalmente de corte religioso. Puse como ejemplo, para que lo entendieran, la postura actual de la Iglesia católica oficial en relación con la prohibición del uso de cualquier método anticonceptivo. Tal posición la justifica la superioridad católica con argumentos de Santo Tomás de Aquino, quien en el siglo XIII ideó lo que hoy constituye la mayor parte del “pensamiento” ético católico. El sector integrista de la Iglesia intenta transmitir íntegro ese mensaje, sin que las circunstancias actuales, tan distintas de las del siglo XIII, puedan hacer cambiar dicho mensaje. Una alumna, a la que valoro mucho, pero que debe tener alguna idea intransigente en la cabeza, me echó en cara que estaba insultando a la Iglesia Católica. No es que moleste la crítica, es que ya molesta hasta la historia.
No cabe duda de que el panorama que se ve es para preocuparse.