Mostrando entradas con la etiqueta fortaleza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta fortaleza. Mostrar todas las entradas

lunes, 7 de octubre de 2019

Buenos días. Fuerte




Tú eres más fuerte, mucho más fuerte que lo que tu mente te dice. 

Buenos días.

martes, 27 de noviembre de 2018

Buenas noches. Consuelo



Quizá parte del éxito de las religiones estribe en que aportan al creyente un consuelo eterno y universal. La paz que le sobreviene al creyente cuando acepta ese consuelo es -o debería ser- enorme. Pero no todos tenemos facilidad para aceptar ese tipo de consuelos. A veces buscamos consuelos más caseros, más cercanos, más puntuales. Y, quizá, lo que deberíamos hacer es buscar fortaleza, más que consuelo, sacar uno de dentro de sí los argumentos que le sirvan para seguir adelante, en lugar de buscarlos fuera. Es como si tuviéramos que aprender a ser padres y madres de uno mismo. 

Buenas noches.


jueves, 17 de marzo de 2016

Buenos días. Debilidad


Fragmento de una obra de Marina Núñez.

La debilidad se convierte en fortaleza con el esfuerzo. 

Buenos días.


miércoles, 29 de octubre de 2014

Buenas noches. Sensibles o fuertes




Cuanto más se nos calienta el corazón, cuanto más nos entregamos al sentimiento, menos podemos pensar fríamente y es más fácil que alguien o algo se apodere de nosotros. Lo que nos hace sensibles es el corazón. Lo que nos hace fuertes es la cabeza. Es verdad que los dos funcionan juntos, pero muchas veces nos empeñamos en separarlos. O se empeñan otros en que lo hagamos. 

Buenas noches.

viernes, 23 de abril de 2010

Miedo


Insisto en el tema del miedo. Lo he explicado también en clase. Toda la educación tradicional está organizada en torno al miedo. Le llamaban temor de Dios, pero no era más que vivir temiendo que todo terminara en la condena eterna del infierno, en lugar de en el paraíso. Si no vivías de una determinada manera, poco excitante y nada apetecible, podías acabar mal tus días. Te pintaban un infierno inhumano, con tormentos eternos y sufrimientos insoportables. Cuando ya te habían inoculado el gran miedo, comenzaban con los miedos más cotidianos. Miedo a tu padre, más que a tu madre. Miedo a las autoridades, a los profesores, al qué dirán, a los vecinos, a la gente, a cualquier cosa. Se trataba de crear seres dóciles, sin capacidad de protesta ni de reivindicación, cuyo móvil para actuar fuera siempre acompañado por el miedo.

Lo peor de todo era que no actuabas por convencimiento, porque tu razón te impulsara a hacer tal cosa o a encaminarte en determinada dirección, sino que todo lo hacías por miedo. Estudiabas por miedo, te relacionabas con miedo, te divertías con miedo, decidías con miedo y terminabas dándote miedo de no tener miedo en alguna ocasión.

Cuando decidías –si lo decidías- quitarte el miedo de encima, te dabas cuenta de que lo que habían tatuado en tu alma desde tu tierna infancia era prácticamente imposible de quitárselo del todo. Si haces que lo primero que vea un pato recién nacido sea un pato de trapo, pensará durante toda su vida que ese muñeco es su madre y no se separará de él. Es una impronta que le durará toda su vida. Así ocurre con el miedo.

No le metas a tu hijo el miedo en el alma ni, mucho menos, a tu hija. Hazlos fuertes. Acostúmbralos a que actúen por convicciones y no por miedos. Búscate tú también los miedos en tu interior, ponlos debajo del tacón y písalos con toda la fuerza que te den tus ganas de vivir. Que no te dé miedo hacerlo.