Nos sentimos seguros con las
certidumbres. Las explicaciones racionales, científicas, nos dejan
tranquilos y les asociamos una veracidad que nos elimina las
preocupaciones. Pero vivir sólo con las certidumbres nos sumerge en
el mundo del 'ya no hay más', ese mundo chato del que ya no se
espera nada. El arte, en cambio, nos invita a salir del mundo de las
cosas más o menos dominables y nos empuja suavemente al ámbito de
lo enigmático, allí donde la razón es sólo una más, donde el
alma sale de la paz estéril y se introduce en el mundo de la guerra,
del intento, de la producción, de la aventura creadora, del misterio
hecho palabra, emoción, carne, imagen, movimiento o sonido. El
artista nunca está tranquilo. Lo mismo que le ocurriría a quien
tuviera una buena vida.