Cuando era pequeña mis padres me regalaron dos preciosos libros de viajes: La expedición de la Kon-Tiki y Darwin. La expedición en el Beagle. El primero describe el viaje de Thor Heyerdahl y cinco compañeros en una balsa con la que atravesó el Océano Pacífico para demostrar que también pudieron hacerlo los incas. El segundo es la crónica de la famosa expedición científica que hizo Charles Darwin cuando tenía 22 años y que, durante cinco años, recorrió América y Oceanía observando especímenes que dieron lugar a su posterior «Teoría de la Evolución». Eran dos libros que, por el interés del texto y la belleza de las ilustraciones, me hicieron soñar con viajar también yo algún día por lugares ignotos, conocer culturas tan diferentes y ver paisajes y animales exóticos, pero, quizá porque en ninguno de los dos aparecía ninguna mujer, yo me imaginaba como una misionera más que como una exploradora...
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