Anoche tuve la oportunidad de ver en un
bar los cinco últimos minutos del partido de la Champions entre el
Atlético de Madrid y el Barcelona. Me fijé mucho en los clientes
que observaban el partido por televisión. No vi pasión por el
fútbol ni alegría por el buen juego ni por el resultado. Lo que vi
fue odio. No manifestaban tanto el placer por la victoria de un
equipo, sino odio hacia el otro. Contemplé varios cortes de mangas
espectaculares, largos, vividos, llenos de nervio y de fuerza cuando un
jugador fallaba un chut a puerta. Los envíos con referencias al culo
de algún protagonista estaban llenos de vigor y de poderío, como si se desease
que la toma tuviese lugar bien lejos. El resultado final fue
celebrado con todo tipo de insultos e improperios hacia el equipo
perdedor, como si en vez de jugadores de fútbol fueran delincuentes
vestidos de corto. Si esto es lo que saca el fútbol de los adentros
del ser humano, es que el ser humano tiene la mente hasta las trancas
de porquería. Allí no parecía que hubiera defensores del fútbol
ni de un equipo, sino rabiosos atacantes al equipo perdedor, de cuya
derrota se alegraban con un entusiasmo feroz.
Esto me ayudó a entender algunas
opiniones sobre política que veo también con demasiada frecuencia.
Creo que son muchos los ciudadanos que no defienden una opción
política, ni la votan por lo que proponga, sino que, aunque lo que
dicen y hacen vaya en su contra, atacan con sus palabras y con sus
votos al adversario, al que consideran un enemigo. El odio sale en el
fútbol, en política y en cuando se deja alguna puerta abierta.
¡Cómo me gustaría que algunos ciudadanos me dieran su
justificación ideológica, racional, de por qué votan a un partido!
¡Qué difícil lo veo! Creo que aquí seguimos yendo a la contra,
sin defender unas ideas, ni siquiera descalificando las ideas del
adversario, sino descalificando al propio adversario, odiando a los
otros. ¡Y luego queremos pactos!
Me parece que sería muy bueno una
limpieza a fondo de nuestras mentes.
Buenas noches. Besos y abrazos.