Mostrando entradas con la etiqueta Safo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Safo. Mostrar todas las entradas

martes, 24 de noviembre de 2020

El infinito en un junco / 7




Dice Irene Vallejo en las páginas 168 y s. de su libro:

“En algún momento, la biografía de Safo dio un giro. Su matrimonio acabó y ella cambió las rutinas del hogar por una nueva actividad que no conocemos bien. Recurriendo a los deteriorados fragmentos que nos han llegado de sus versos y a través de noticias sobre ella, podemos reconstruir el ambiente poco convencional en el que vivió esos años. Sabemos que dirigió un grupo de chicas jóvenes, hijas de familias ilustres. Sabemos también que se enamoró en momentos sucesivos de algunas de ellas -Atis, Dica, Irana, Anactoria-, y que juntas componían poesía, hacían sacrificios a Afrodita, trenzaban coronas de flores, sentían deseo, se acariciaban, cantaban y bailaban, ajenas a los hombres. De vez en cuando, una de estas adolescentes se marchaba, quizá para casarse, y la separación hacía sufrir a todas. Por último, nos dicen que en la isla de Lesbos había otros grupos parecidos, dirigidos por mujeres a las que Safo considera enemigas. Y se siente dolorosamente traicionada por las chicas que la dejan para entrar en un círculo rival”.

Hay que aclarar, como hace la autora más adelante, que estos amores de Safo por las chicas de su círculo no estaban mal vistos entre los griegos, sino, más bien lo contrario, eran admitidos y deseados, ya que consideraban que el amor era la principal fuerza educadora.

sábado, 21 de noviembre de 2020

El infinito en un junco / 6




Este texto que entresaco aquí me parece muy interesante no sólo para conocer algo que quizás no conocíamos, sino para que pensemos en algo tan cotidiano como lo que nos resulta atractivo y lo que deseamos.

Leemos en las páginas 168-169 del libro de Irene Vallejo lo siguiente:

“Safo escribió: «Dicen algunos que nada es más hermoso sobre la negra tierra que un escuadrón de jinetes, o de infantes o de naves. Pero yo digo que lo más bello es la persona amada». Estas palabras sencillas esconden una revolución mental. Cuando se escribieron, en el siglo VI a.C., rompieron los esquemas tradicionales. En un mundo profundamente autoritario, el poema sorprende porque contiene múltiples perspectivas, e incluso parece celebrar la libertad del desacuerdo. Además, se atreve a cuestionar aquello que la mayoría admira: los desfiles, los ejércitos, el despliegue y el alarde de poder. Seguramente Safo habría cantado lo mismo que Georges Brassens sobre su mala reputación: «Cuando la fiesta nacional / yo me quedo en la cama igual, / que la música militar / nunca me supo levantar». Frente a las aburridas exhibiciones de músculo guerrero, ella prefería sentir y evocar el deseo. «Lo más bello es lo que cada uno ama». Inesperado, este verso afirma que la belleza está primero en la mirada del amante; que no deseamos a quien nos parece atractivo, sino que nos parece atractivo porque lo deseamos. Según Safo, quien ama crea la belleza; no se rinde a ella como suele pensar la gente. Desear es un acto creativo, al igual que escribir versos. Favorecida con el don de la música, la menuda y fea Safo podía ataviar con sus pasiones el minúsculo mundo que la rodeaba, y embellecerlo”.

Me parece un buen texto para pensarlo con calma. Por una parte, la belleza no está ahí fuera, sino que está en nuestra mirada. Los cánones, las modas y los estereotipos no son más que mentiras diseñadas para manejar a quienes tienen débil la mirada. Y por otra, está el poder del deseo. No deseamos lo que nos atrae, sino que algo nos atrae porque lo deseamos. Nos ocurre con las personas y -quizás aquí se vea más claro- con las cosas: no deseamos el dinero porque nos resulte atractivo, sino al revés, nos resulta atractivo porque lo deseamos.


martes, 17 de noviembre de 2020

El infinito en un junco / 5




En la página 167 y siguiente habla Irene Vallejo de una de las mujeres más conocidas de la antigua Grecia: Safo.

Safo -lo cuenta ella misma- era bajita, morena y poco atractiva. Nació en una familia aristocrática venida a menos. A diferencia de Cleobulina, no era hija de reyes. Su hermano mayor dilapidó la fortuna familiar, o lo que quedaba de ella. La casaron con un extraño, como era habitual, y tuvo una hija. Todo lo encaminaba a una vida anónima.

Las mujeres griegas no escribían poesía épica, claro. No conocían la experiencia de las armas porque las batallas eran el peligroso deporte de la aristocracia masculina. Además, ellas no podían llevar la vida libre e itinerante de los aedos, viajando de ciudad en ciudad para ofrecer su canto. Tampoco participaban en los banquetes, ni en las competiciones deportivas, ni en los asuntos políticos. ¿Qué podían hacer? Cobijaban recuerdos. Como esas niñeras y abuelas que contaban cuentos a los hermanos Grimm, transmitían de generación en generación leyendas viejísimas. También componían cantos para los coros femeninos (canciones de boda, canciones en honor de los dioses, canciones para bailar). Y hablaban de sí mismas en poemas para una sola voz, acompañados de la lira -de ahí proviene el término “poesía lírica”-. Se trataba de universos obligatoriamente pequeños y locales. Aún así, de forma casi milagrosa, algunas mujeres lanzan desde su rincón una mirada original y fulminan los muros que las aprisionan. Lo hizo Safo. Lo harían otras reclusas transgresoras como Emily Dickinson o Janet Frame”.