Viendo los rojizos y espectaculares
colores del atardecer, podríamos pensar que el Sol, después de todo
un día recorriendo el cielo, ha agotado sus energías y está
tomando un último y casi imposible impulso para llegar a su destino,
lo cual le lleva a aparecer, antes de que llegue la noche, con ese
magnífico aspecto esforzado y sanguinolento.
Y, sin embargo, nada más lejos de la
realidad. Toda esa belleza efímera no es más que puro teatro
cósmico. El Sol sigue invariablemente quieto, como lo ha estado
siempre. Somos nosotros, una vez más, quienes nos confundimos
creyendo que se mueve y tomamos por realidad lo que sólo es
apariencia.
El Sol, con su ejemplo, debería
alumbrarnos también la inteligencia y hacernos ver que la
interpretación más correcta de la realidad está siempre más allá
de lo que nos dicen los sentidos.
Buenas noches.