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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Buenas noches. Huele a vida





El viejo no huele la vida. Se acostumbró a vivir según sus estrechas razones, sus costumbres acartonadas, sus prejuicios forjados a la defensiva, sus visiones ya previstas y sus argumentos de siempre. La puerta de entrada a lo nuevo, se cerró y, con ella, la que dejaba paso a la vida.

Lo nuevo suele llegarnos por un cierto olfato. Sólo el joven, de mente abierta y espíritu siempre dispuesto a la aventura de la vida, huele dónde está lo que merece la pena, cuál es el lugar en el que se puede encontrar la frescura, quiénes son las personas para las que vivir es importante. El joven huele la sed de aprender, lo imprescindible que es dar y recibir cariño para que la vida sea buena, la falta de miedo al cambio, la potencia de la novedad, la importancia del cuerpo frente a la del vestido y de la mente frente a la de lo ya establecido, la necesidad de la crítica, el dolor de la impotencia y la fuerza de la esperanza.

Hay cosas, personas y situaciones que podemos olerlas sin verlas, sin conocerlas del todo, sin entenderlas. Te las puedes encontrar sin haber previsto su aparición, sin haberlas buscado, y te abrazas a ellas porque te huelen a vida. Sin saber racionalmente nada de lo que estás viviendo, te recuerdan al rocío fresco de la mañana, al sonido potente del mar, al horizonte inacabable y a la profundidad de la noche.

La vida entra por el olfato, pero tienes que estar en disposición de que pueda entrar. Buenas noches.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Buenos días. Sensibilidad





Me ocurre a mí, pero estoy seguro de que no soy el único. Estoy perdiendo sensibilidad para la vida. Hay veces que no miro y, si miro, hay veces que no veo lo que pasa. Y si no lo veo, no me entero. Pasan cerca de mí muchas cosas, pero yo no sé nada de la mayoría de ellas. O no oigo nada o no escucho lo que oigo. Siempre creí que había dos tipos de olfato. Uno, el sensible, para oler las flores y las cosas podridas, y otro, el intelectual, para captar a la buena gente y a los corruptos. El caso es que huelo cada vez peor. Del gusto ando fatal: con el tiempo me gusta menos todo. Lo que toco suele resultar diferente de lo que yo pensaba. El sentido del dolor sólo funciona conmigo. Cada vez me es más ajeno el dolor de los demás. El sentido común se va volviendo ausente, raro, peculiar. Me estoy volviendo insensible, como si fuera un trozo de corcho con apariencia humana.

Intento no perder la sensibilidad, pero la fuerza de este mundo, de esta sociedad, es grande y noto que me va comiendo por dentro, que me está adocenando, que me está restando personalidad y que mi humanidad se resiente. Tendré que tomarme en serio esto de la sensibilidad, porque en realidad es la puerta que me abre al mundo. Espero que a ti no te ocurra, pero si no es así, tendrías que reaccionar. Sin sensibilidad, ni nos enteramos de nada ni sabremos lo que hay que hacer.

Un buen ejercicio es acordarse de las personas que queremos, de cómo estarán, de cómo lo estarán pasando, de qué pueden necesitar. En realidad, mandarles cariño hay veces que no es suficiente. Es posible que necesiten algo más. Buenos días.



viernes, 11 de julio de 2008

Ya se acerca el triunfo final (y II)

En cuanto a la mierda humana, es conveniente analizarla en sus dos presentaciones: la mierda interior y la mierda exterior. Aunque ambas están también interrelacionadas, la mierda interior es distinta de la exterior. La exterior se ve y se puede eliminar por frotamiento con el estropajo. (El lector desocupado que tenga interés por este asunto de la mierda exterior puede consultar el luminoso libro de Dominique Laporte, Historia de la mierda, publicado en la editorial Pretextos) La mierda interior, en cambio, es metafísica, pero posee una enorme facilidad para transformarse en física, y, a pesar de que no se ve, se sufre, no tanto por quien la posee, sino por los demás. No hay en el mercado productos que la eliminen, y, lo que es peor, no se investiga demasiado en ello. Algunos parecen intuir que un posible remedio podría venir por la vía de algún tipo de intervención quirúrgica del estilo de las conversiones paulinas. Pero éstas son hoy raras y difíciles porque ni hay buenos cirujanos ni los pacientes están dispuestos a cambiar voluntariamente otra cosa que no sea su funda corporal aparente. El lugar que en la antigüedad tenía la Gracia, esa intervención divina que ayudaba al ser humano a cambiar para mejor, lo ocupan hoy la silicona y el lifting, éste usado en lugar del arrepentimiento en el caso de alteraciones veniales.




La mierda exterior, por otra parte, huele y su hedor es captado por el olfato a través de su función sensible. En cambio, la interior no huele, pero se capta también mediante otra función del mismo órgano: el olfato intelectual. Esta es una de las capacidades más importantes con que la Naturaleza ha dotado al organismo humano, pero lamentablemente es también la menos desarrollada y la más anestesiada en la actualidad. La industria de los anestesiantes, junto con la de los aislantes, es hoy una de las más florecientes, dado el incremento observado en el consumo de estos productos. Es una pena. La pena es asimismo un recurso que utiliza la mierda interior para aceptarse como tal y para no hacer nada por asearse. Algunos la designan con el rimbombante nombre de resignación.

Todos tenemos ambos tipos de mierda y quien diga lo contrario posiblemente es que esté ya inundado de mierda hasta las trancas. Las diferencias entre unos seres humanos y otros dependen de la cantidad de mierda que posean, de su calidad, de la capacidad que posean para autoanalizarse y del control que cada cual establezca sobre su propia mierda.



El que posee niveles significativos de mierda interior, o la tiene de óptima calidad, o el control que ejerce sobre ella es prácticamente despreciable, en general, no es consciente de ello. El problema de la inconsciencia es un fenómeno actual que debería ser estudiado con seriedad. No deja de ser curioso que mientras que la tecnología permite que descienda cada vez más el número de sordos, aumente, sin embargo, hasta cotas alarmantes el de los que no se enteran de nada, especialmente de lo que les ocurre a sí mismos. En el caso que nos ocupa de la mierda interior, este fenómeno es de mucha relevancia.

No obstante, puede darse el caso de alguien que sea consciente o que, al menos, vislumbre su podrido interior, pero que no desee, bajo ningún concepto, que los demás se den cuenta de lo que esconde en sus entrañas. Este individuo hablará mucho de purezas y de limpiezas, de otros mundos cristalinos, tan transparentes que resultarán imposibles de ver, a menos que se utilice para ello la imaginación, en lugar de los ojos. Creará así a su alrededor una burbuja despistante construida con palabras. La palabra puede usarse para intentar conocer limpiamente la realidad, hasta donde se pueda, pero también para encubrir interesadamente la mierda con colorines adecuados, para intentar extender la mancha de mierda hasta el horizonte, de forma que no se advierta contraste alguno con algo que no sea mierda, o para repetir machaconamente que lo que se ve no es mierda, a pesar de su aspecto y de su hedor, hasta lograr que el oyente baje las defensas y admita sin reparos que la mierda que ve, en realidad, no es mierda. De la misma manera que la imagen puede servir para crear una realidad interesada distinta de la real, la palabra puede tener los mismos despistantes efectos creativos. De hecho, salvo muy raras excepciones, no se usa hoy para otra cosa más que para ésta.

La mierda interior es llena y compacta. Es homogénea en su composición, pero infinitamente heterogénea en sus manifestaciones. Es finita, pero con una irresistible tendencia hacia el infinito. Es divisible, pero también multiplicable, sumable y restable. Incluso es derivable e integrable. Es, por fin, ingrávida y tiende a ocupar los lugares altos, por lo que suele subirse a la cabeza. Sus vicios esenciales son el exhibicionismo y la extroversión. Su origen tiene mucho que ver con el resentimiento, con la frustración, con la debilidad, con la ingesta frecuente de alimentos de difícil digestión y con los afanes económicos neoliberales.

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Hace ya algún tiempo, Su Santidad el Papa Juan Pablo II declaró al pueblo fiel que el infierno no existía. Más tarde, su sucesor, el Papa Benedicto XVI, aseguró públicamente lo contrario. Semejante contradicción en asunto de tanta importancia lo que hace es mostrar que la mierda ha llegado también al terreno de las teorías y de las ideologías. Y habría que avisar caritativamente a la parte del pueblo poco dada a pensar sus propias ideas y más bien proclive a reproducir consignas que le llegan del exterior, para que no lograra hacerse un buen lío con estos temas de tanta trascendencia y cayera sin querer en la desesperanza.

Parece claro, pues, que las autoridades en la materia no tienen claro si existe o no el infierno. Pero tampoco está claro a lo que se refieren cuando usan semejante término. Como no hay aquí opiniones unánimes, cabe pensar en la posibilidad de que quieran significar algo parecido a una situación futura en la que se sumergirían gentes de distinta condición, con la característica común de no haber pasado por el aro, y que dirigieran sus pasos hacia una especie de fracaso brutal, definitivo, transcendente y fatal.

De todas formas, si fuera así, sería un planteamiento demasiado antiguo. Los indicios que encontramos hoy muestran la grandísima posibilidad de que el infierno realmente exista, pero no de la manera clásica, en un más allá tórrido, sino en este mundo. En este sentido, los anuncios de Sus Santidades podrían ser ambos acertados, con tal de matizarlos un poco: el infierno no existe todavía, al menos de forma generalizada, aunque sí esté bastante extendido, pero todo hace pensar que su llegada total está ya pronta. Salvo que tenga lugar algún tipo de giro copernicano de magnitud impensable, ya se intuye que dentro de poco la mierda interior comenzará a rebosar por el borde de las almas en las que se aloja y saldrá al exterior por todos los agujeros de los cuerpos, especialmente por las bocas y por las antenas. Los seres humanos empezarán a huir de sí mismos y lucharán por instalarse en cualquier colina llena de mierda que encuentren, a ser posible, con una buena cobertura. Se convertirán así en monumentales gárgolas, que proliferarán por todas partes y por las que caerán gruesos, apestosos y sonoros chorros de mierda. Se consumirán grandes dosis de anestesiantes para no ver ni oír ni oler la mierda, pero la mierda interior irá cayendo sobre la mierda exterior y ambas se irán convirtiendo en mierda social, y todo irá siendo ya una misma y definitiva mierda universal. El mundo se transformará en un infierno pompeyano de mierda y en él no estarán sólo los malos, sino que estaremos todos.

Es muy importante darse cuenta de que la gran amenaza en la que vivimos hoy no consiste en que alguien se pueda ir a la mierda, voluntariamente o porque lo manden allí, como tan artística y genialmente hacia el añorado Fernando Fernán Gómez. No es eso. El peligro existencial de hoy está en que, queramos o no, la mierda está viniendo a nosotros inexorablemente, nos está envolviendo con la suavidad del que está convencido de su triunfo final y no tiene prisa, y terminaremos cumpliendo el objetivo cósmico de que todo y todos nos convirtamos en una misma cosa: en mierda.





Manuel Casal