Sí, no sé si llamarle “El niño mal educado”, “Un bruto más” o “El incívico”, porque solo “El chaval” no lo describe bien.
El caso es que iba yo a cruzar una calle con tráfico en un solo sentido, por un paso de cebra. En estos casos he aprendido que hay que mirar para los dos lados. Para uno, porque pueden venir coches o cualquier otro vehículo; y, para otro, porque puede venir un incivilizado, algún palurdo o, quizá, un despistado. Hoy miré hacia la derecha y no venía ningún vehículo. Y miré hacia la izquierda, por donde no tenía que venir nadie, y venía un niño de unos dieciséis años, vestido de negro, sin casco, con muchos pelos rizados que le caían sobre la frente, unos auriculares inalámbricos que le taponaban los oídos, montado en un patinete eléctrico (también llamado “patín del diablo”) y circulando en dirección contraria a mucha velocidad, más de la que la prudencia y las normas de la circulación permitían.
Me quedé parado en el paso de cebra para que pasara el niño incivilizado sin atropellarme, y pensando en lo que le podría ocurrir, si se encontraba con él, a alguna persona mayor impedida o que no contara con la existencia de estos seres no preparados para vivir en una sociedad humana sujeta a normas. Le dije:
-¡Vas en sentido contrario!
El niño, sin aminorar la marcha, se volvió hacia mí y mirándome con una cara en la que se vislumbraban un punto de chulería y otro de desprecio, me dijo:
-¡Me la suda!
La cosa quedó bien clara. Yo me había defendido con una expresión racional que avisaba del peligro y de lo inapropiada que era aquella conducta, y el niño, que ya debería tener, al menos, alguna noción de educación, me había contestado con tres palabras salidas de sus partes más bajas o de aquella de donde salen los apetitos. Así están las cosas del diálogo y de la convivencia.
El tipo siguió a toda velocidad, arrastrando su existencia en sentido contrario hacia la plenitud de la nada, que probablemente fuese su destino.
De sus padres no observé ningún detalle. O quizá puede que todos los detalles fueran herencia suya. Quién sabe si incluso estarían orgullosos de él.