Yo quiero ser yo y voy a ser yo. No
quiero ser lo que otro quiera que sea. Nadie va a acabar con mi
libertad. No tengo por qué hacerle caso a nadie a la hora de decidir
cómo va a ser mi vida. Los voy a escuchar a todos, porque puede que
tengan algo válido que decir, pero las decisiones sobre mi vida las
voy a tomar yo.
Esta actitud va a afectar también a mi
forma de vestir. Estoy harta. Ya está bien de que me miren como si
no fuera más que un pedazo de carne de mujer. Me refiero a los
hombres, pero también a algunas mujeres. Hay mucha gente que no
tiene dignidad y que cree que las mujeres tampoco la tenemos. No voy
a taparme ni a destaparme porque me lo diga alguien desde fuera. Soy
tan ser humano como el que más y voy a ser yo la que decida
cualquier cosa que tenga que ver con mi vida.
Hay una plaga en el mundo, el machismo,
que dice que los hombres son superiores a nosotras y que por eso
tenemos que obedecerles. Yo me niego. En este mundo todos somos
iguales y todos tenemos los mismos derechos, digan los machistas lo
que digan.
En algunos lugares los machistas
obligan a las mujeres a taparse de arriba a abajo para que no las
vean los otros hombres. No creo que aquí se les ocurra a ninguno de
estos -y hay muchos- hacerlo. Por estos pagos lo que se utiliza cada
vez más es lo de que estemos sexys, atractivas y bellas para que así
atraigamos a los hombres y podamos atrapar a alguno de ellos. Ninguno
dice lo que viene luego, porque en realidad no es que los atrapemos a
ellos, sino que son ellos los que nos atrapan a nosotras. Una vez que
estás dentro de su red es como si se te nublara la vista y ya no ves
ni la libertad, ni el hacer lo que te apetezca, ni el cariño. Ni
siquiera te ves a ti misma, sino a una momia de lo que fuiste.
Ninguno te habla de eso y ninguna te advierte de lo que puede venir.
Cuando quieres darte cuenta, aquel hombre tan gracioso, tan seductor
y que te hablaba de una vida estupenda, se ha convertido en tu amo y
tú tienes que vivir como a él le dé la gana. En poco tiempo te
olvidas de que puedes pensar como quieras y que puedes hacer lo que
te parezca. Y lo más cercano que tienes para sentirte a gusto, tu
vestido, se tiene también que adaptar a sus gustos, a sus caprichos
y a sus manías de enfermo. Esta es una cruz que no se ve desde
fuera. ¡Cómo me hubiese gustado a mí que me hubiesen avisado!
La forma de vestirme es muy importante
para mí. Me gusta ir a mi aire, al mío, y la verdad es que me gusta
ir más bien un pelín destapadita que otra cosa. Si pudiéramos ir
todos desnudos, sería lo mejor, pero entre el frío, las
tradiciones, los curas y los salidos que hay por ahí, resulta que no
puede ser. A mí encantan las faldas cortas y los escotes más bien
grandes, me chifla andar con tacones -¡ay, esos taconazos enormes
que te ponen tenso hasta el culo!- y pintarme los labios de rojo
dormido. Pero ni lo hago porque le pueda gustar a los hombres ni
porque alguno de ellos me haya obligado a hacerlo. Hasta ahí
podríamos llegar. Yo los respeto a todos y no les digo lo que tienen
que ponerse, así que les exijo que hagan lo mismo conmigo.
Algunos de estos machistas, y algunas
mujeres que piensan como ellos, son tan simplones y tan tontos que
creen que el atractivo y la belleza se dan cuando te obligan, por
ejemplo, a llevar un vestido ajustado. No entienden que yo me pongo
atractiva cuando me da la gana y que, en cambio, si me obligan a
vestir de determinada manera, me puedo convertir en una borde odiosa
o en una tonta del bote.
Aún recuerdo, no hace tantos años,
cuando empecé a salir con aquel tipo rubio que en verano llevaba
zapatos de vestir sin calcetines, ese que hablaba tan rápido y que
se empeñaba en llevar siempre la razón. No recuerdo ni cómo se
llamaba, pero no me he olvidado del interés que tenía en vestirme
como a él le daba la gana. Y, encima, me controlaba a cada momento
con el teléfono móvil. 'Te llamo para decirte lo mucho que te
quiero', empezaba el muy tontaina, y enseguida que si dónde estás,
que si con quién andas, que si por qué no me voy ya para casa.
Aquello duró sólo unos días porque a mí no me daba la gana de
entregarle mi vida a un tipo que se creía con el derecho a
exigírmela. Así que lo mandé a tomar vientos y me quedé más
contenta que si me hubiese tocado la lotería. ¡Quién se creería
aquel estúpido que era para querer gobernar mi vida a su antojo!
Ahora, que se lo dije y se lo dejé bien claro. Yo me puedo poner en
pelotas -le solté- o me puedo llenar de telas hasta las cejas, pero
lo haré cuando a mí me dé la gana, donde se me antoje y con quien
me salga del alma, no cuando a un fantoche creído como tú se meta
en mi vida y se ponga a decirme las tonterías que tengo que hacer
porque a ti te dé el capricho. Así que ya lo sabes. En la vida de
una mujer manda ella y nadie más, por muy enamorada que esté, por
mucha boda que haya habido por en medio o por mucha necesidad que
sienta. Que tú tengas eso que tienes entre las piernas no te da
derecho a gobernar en la vida de ninguna mujer. Y si alguna vez lo
logras, será porque has tropezado con una que todavía no se ha
enterado o que es tan débil que es incapaz de andar por la vida como
un ser humano. Así que ¡aire! y a dejar vivir. Y me quedé mucho
más tranquila, como si me hubiese quitado un peso de encima y me
hubiese vuelto la libertad.