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jueves, 13 de agosto de 2020

Vivir merece la pena




Hoy la vida me pone delante una cifra, dos dígitos, que me intranquilizan, sobre todo, el primero de ellos. Todos los días son iguales, sin duda, pero algunos vienen con unas connotaciones que me hacen pensar y mirar: delante, detrás, dentro, a mi alrededor, la vida, la muerte, la existencia y su paisaje.


Yo nací en un mundo viejo, de ideas encorsetadas, lleno de mentiras creadas, de temores infundados, con mucho sitio para las órdenes sobre lo que había que hacer y pensar, y poco lugar para crecer, inventar y vivir. Era un mundo fascista, parecido al que intenta resurgir ahora, si bien aquel era más espiritualista y este tiene el ojo puesto en el dinero, pero ambos con la intención puesta lejos del ser humano, de todos los seres humanos, especialmente de quienes se veían y se ven impulsados a defender y proferir consignas viejas y mensajes burdos, mientras sus admirados jefes se llenan el bolsillo y hacen lo que les viene en gana.


Afortunadamente, comencé pronto un camino de separación de esa manera de estar en el mundo. Ese camino no lo he recorrido del todo, y no creo que nadie logre terminarlo nunca. Es mucho lo que uno tiene que quitarse de encima y, especialmente, es mucho lo que hay que descubrir, que valorar y que integrar en la propia vida, si uno entiende que merece la pena.


Así que los dos dígitos me asaltan cuando queda mucho por hacer. No lo he descubierto todo -sería imposible-, no lo he hecho bien todo -nadie podría- y sólo creo que tengo una buena voluntad. He descubierto que lo más importante es llegar a ser un ser verdaderamente humano, y que eso implica incluir en la vida unos valores, como la generosidad, la libertad, la justicia, la igualdad o el respeto, que hagan un mundo mejor para todos, no solo para unos pocos. En eso estoy.


Observo con pena, sin embargo, que estos valores son cada vez más despreciados o atacados, y que ciertas modas dirigidas maltratan al ser humano y al mundo con odios, privaciones de libertad, intentos de eliminar a los diferentes y faltas de respeto demasiado habituales. Eso hace que se me despierte la soledad, ese fondo de soledad que llevamos todos y que a veces la vida hace que se levante como si fuera una flor en primavera. Cuento con eso, y también con el cariño de quien me ha ayudado a vivir hasta ahora y de quienes se han preocupado por mí. Es la gran fuente de la alegría.


Aquí estoy, con mis dígitos a cuestas, intentando vivir humanamente mi humanidad, haciendo lo que puedo, intentando con éxito desigual pulir mis defectos, con ganas de ir hacia adelante, procurando tener el cuerpo aceptablemente sano y la mente fresca y abierta, y deseando crear un mundo bueno a mi alrededor que seguramente no veré, pero que es lo mejor por lo que merece la pena vivir. Porque, a pesar de todo, vivir merece la pena.

domingo, 24 de mayo de 2020