Se ha instalado en la sociedad de este
país la antidemocrática costumbre de que cualquier ciudadano pueda
juzgar a otro por su cuenta, sin esperar a que lo haga un juez. El
juez, primero, imputa; luego, juzga; y, por fin, condena o absuelve.
Pero los españoles, peligrosamente influidos por algunos medios de
comunicación o por su falta de formación, en cuanto aparece, no un
imputado, sino un sospechoso, no necesita ni juicio ni nada:
enseguida corre a condenarlo y a extender la condena hasta donde sus
entrañas le lleven.
Lo digo por el caso de los
expresidentes Chaves y Griñán. Yo no tengo ni idea de si son
culpables o no, pero lo que es cierto es que ni siquiera han sido
imputados. La peculiar jueza Alaya ha emitido un auto, muy
controvertido, que está siendo muy estudiado y que hasta es posible
que se vuelva en su contra, en donde no imputa a ninguno de estos dos
señores -entre otras cosas, porque no puede hacerlo. Es posible que
terminen imputados o no, pero, de momento, no hay ni siquiera
imputación. Y ya estoy viendo en las redes sociales comentarios que
los condenan, que los ponen de vuelta y media y que son la ocasión
para meter en el mismo saco a todo el que se le ocurra al juzgador aficionado de
turno.
Me parece una actitud muy peligrosa
esta de alguien se meta a juez en cuanto se le antoja y como más le
interesa. Quien practique esto puede juzgar a cualquiera en cualquier
momento y supongo que dejará la puerta abierta a que también él,
si se tercia, pueda ser juzgado de la misma manera, sin juicio, sin
pruebas y a las primeras de cambio. No son maneras estas. Así vamos
también cargándonos la democracia.