Viviríamos muy mal sin el médico. El
médico se integra fácilmente en nuestra vida cotidiana.
Afortunadamente, aún podemos en nuestra sociedad acudir al médico
en los pequeños y en los grandes problemas de salud, podemos con él
prever y prevenir situaciones futuras y contar con su apoyo en muchas
de nuestras dolencias físicas y psicológicas.
En mi caso, no es un médico, sino una
médica: Mabel. Siempre sonríe. Siempre te mira. Siempre te escucha.
Siempre te atiende. Siempre te comprende. Siempre acierta, porque
sabe. Siempre te sientes tratado por ella como un ser humano. Siempre
me tranquiliza. Siempre está por encima de la situación. Siempre
actúa como una buena médica y como un buen ser humano.
Hay profesiones que exigen una
capacitación técnica importante, aunque sólo sea porque los
errores pueden traer consecuencias potencialmente graves. Si además,
el profesional tiene que tratar directamente con el público, se hace
necesaria también una formación humana y una calidad personal
grandes. Es lo que le ocurre a los médicos y es lo que tiene Mabel.
Por eso genera fácilmente confianza en el paciente y posibilita que
el acto médico sea algo cómodo, tranquilo, agradable y eficaz.
Yo creo que todos llevamos al médico
de cabecera asociado a la vida, como si fuera una parte importante
más de nuestro estar en el mundo. Por lo menos eso me pasa a mí con
Mabel. No la veo con frecuencia, para bien o para mal, pero cuando
necesito acudir a ella, voy con la tranquilidad con la que acudes a
alguien que es tuyo, que es tu médica, no porque te pertenezca, ni
mucho menos, sino porque te entregas a ella con facilidad.
Ayer me dijo que se iba, que se tenía
que ir del Centro de Salud por cuestiones administrativas. No me lo
esperaba y fue un duro golpe, un duro golpe vital. Hay que aceptarlo
y hay que aceptar, en principio, a quien la sustituya, pero eso no
impide que sienta que algo que formaba parte de mi vida se va, algo
valioso y, sin duda, algo muy humano.
Le di las gracias por todo lo que me
había dado. Eso quiere decir que se lo reconozco y que mi deseo es
que la vida le dé a ella lo mismo, al menos, que ella me ha dado a
mí. Ha sido un regalo de la vida y me gustaría que la vida fuera un
regalo también para ella. Ayer le di un abrazo y hoy le mando otro.
Ha sido una médica estupenda, magnífica, y una persona entrañable.
Le deseo lo mejor en el futuro. La recordaré siempre.