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jueves, 4 de abril de 2013

La música se toca con todo el cuerpo


Yo sabía que la música, cuando se está receptivo y se sabe escuchar, se apodera del cuerpo y de la mente del oyente, de toda su persona y le hace sentir, pensar y vivir de otra manera. En lo que no me había fijado era en que también la música se crea, se produce con todo el cuerpo. Me di cuenta hace un par de días en un precioso concierto que ofrecieron en los Teatros del Canal, en Madrid, la violinista Ana María Valderrama y el pianista David Kadouch. Este proceso era mucho más evidente en la violinista, en la que se observaba en múltiples ocasiones que el instrumento era una extensión de su cuerpo y que la música que producía era fruto de toda su persona, que se concentraba en la trabajosa y placentera tarea de crear sonidos plenos de belleza y de sentimiento, pero lo mismo ocurría con el pianista, identificado con todo el artefacto sonoro sobre el que posaba sus manos. No estábamos ante dos instrumentos y dos músicos que los tocaban, sino ante dos personas-con-instrumentos que hacían música con todo su ser.

No sé dónde se situará la frontera que permite pasar de la consideración de gran promesa a la aceptación como plena realidad en un músico. Si no la han cruzado ya, estos dos excelsos instrumentistas deben estar a punto de hacerlo. Han recibido ya múltiples premios y cuentan por éxitos sus apariciones en público.

El programa que ofrecieron fue variado y atractivo. David Kadouch brilló más, para mi gusto, en la Sonata para violín y piano nº2, de Beethoven, aunque mantuvo un tono de gran altura en todo el concierto. Ana María Valderrama se lució sobremanera en las dos piezas para virtuosos del violín que se integraban en el programa, el Tzigane, de Ravel, y la Introducción y Rondó caprichoso, que escribiera Saint-Saëns para que los tocara con orquesta su amigo Pablo Sarasate.

Dejo aquí una versión para orquesta de esta última pieza, con Itzhak Perlman al violín y la New York Philarmonic Orchestra, dirigida por Zubin Mehta.