No teníamos dinero. No hacíamos
deporte por las tardes, salvo en raras ocasiones. Nos gustaba la
música, pero no teníamos ocasión de ir a conciertos ni a
recitales. Tener una guitarra entre las manos era una suerte. No
teníamos oportunidad de ir al extranjero. Las tentativas
proselitistas de los distintos sectores de la Iglesia Católica nos
amenazaban casi todos los días. Seguíamos las tradiciones hasta que
empezamos a ser críticos. El instituto era un lugar de trabajo y de
aprendizaje. Visitábamos las bibliotecas buscando información y
lecturas. Nos divertíamos de forma bastante sencilla. De vez en
cuando, con un tocadiscos y en un garaje, organizábamos guateques
que sabían a gloria. Diseñábamos proyectos de todo tipo, algunos
de los cuales lográbamos realizar. Hicimos hasta una película. La
imaginación se desarrollaba de manera espectacular. Había
institutos de chicos e institutos de chicas, hasta que fueron mixtos,
cosa que se convirtió en una especie de revolución. La familia poco
a poco se iba convirtiendo en un núcleo de gente extraña que no
entendía nada de lo que nos pasaba. Si destacabas, alguien te elegía
para algo. Cualquier novedad era un mundo que se abría delante de
nosotros. No teníamos grandes adelantos tecnológicos. La vida era,
quizá, un tanto rutinaria, pero no nos aburríamos y teníamos ganas
de ser, de crecer y de vivir. Buenas noches.