Imagen tomada de Wikipedia
Días pasados, Javier Aroca, uno
de los mejores comentaristas de la radio de este país, llamó a la
actitud de Ana Obregón comprando un bebé gestado en un
vientre distinto al suyo “para no estar sola nunca más” una
mascotización de los bebés.
Creo que tal calificación es muy
acertada. Se acepta tener un perro para que te acompañe, te
obedezca, te haga monerías o vete a saber para qué. Esa actitud se
está extendiendo a los bebés, a los niños y niñas, a los hijos e
hijas y a todo el que alguien pueda situar en un escalón inferior al
suyo. No solo es un signo de impotencia y de incapacidad de quien
compra o trata así a alguien, sino una utilización de un ser humano, al que se le
desprovee de un futuro sensato para dotarle de un presente carente de
ética y, por tanto, de humanidad. Un disparate.
Tener hijos no es obligatorio. Cuando
veo a chavales jóvenes, por la calle o por la escuela, desenvolverse
a gritos, sin cuidado, sin respeto; cuando observo la actitud de
algunos padres que, en su presencia, permiten que sus hijos tengan un
comportamiento maleducado, casi salvaje, me pregunto ¿para qué
trajeron a estos seres humanos a este mundo? Un ser humano no viene
ya hecho, terminado: hay que educarlo, cuidarlo, quererlo,
orientarle, decirle lo que se debe y lo que no se debe hacer,
enseñarle a ver el mundo, a respetarlo todo y un montón de cosas
más. Parece que a estos padres les basta con darles de comer. Pero
los hijos de pequeños eran tan ricos, tan simpáticos, se jugaba tan
bien con ellos... ¿no eran también como mascotas?
Me pregunto si no se está blanqueando
en muchos casos las mascotización de los bebés, desconociendo, una vez más, todo lo que debe venir después.