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martes, 11 de julio de 2023

Esto no es un debate

 

Imagen tomada de Wikipedia.

Ayer fue un día raro: a ratos, difícil, y, a ratos, pesado. No sé si sería la luna, con su influjo, o el sol, con su calor. Era, además, el día del debate, que resultó ser el día del modelo de conversación al uso, el día del cansancio frustrante de lo mal hecho, el día que se vio con mucha claridad una situación en la que, si no lo remediamos antes, nos van a obligar a mirar para atrás, a ser cultos a escondidas y a morirnos antes porque no habrá servicios sanitarios accesibles.

Me pasé la tarde trabajando en el ordenador. A media tarde se me ocurrió tomarme la tensión. Estaba bien, como era de esperar, pero, en mitad del proceso, el ordenador decidió ponerse en negro. No sé si se cansó de funcionar o fue un intento de evitarme la paliza de tragarme el debate. El caso es que se fue a dormir y tuve que recurrir a una matraca antigua, perdón, obsoleta, con el que me tengo que manejar.

Hoy tengo, como primer objetivo, recuperarme de la cantidad de mentiras concentradas en un par de horas nunca vista antes, del ruido cansino e indescifrable originado ante dos pasmarotes, que habrán cobrado por su imaginaria labor de moderación. Fueron los dos un modelo de lo que las derechas ultras quieren de los ciudadanos: que traguen todo lo que se les ponga por delante. Triunfó la estrategia de las derechas (ayer eran dos derechas muy parecidas con una sola cara visible): crear una maraña tupida de mentiras eficaces ante una masa de partidarios, de la que era muy difícil salir desmontándolas una a una. Hoy observo que casi todos se fijan en la estrategia, sin tener en cuenta los contenidos. Y lo que vamos a sufrir los ciudadanos son las consecuencias de los contenidos. Como no nos cuidemos, el “vale todo” se va a apoderar de nuestras mentes y de nuestras conductas.

Vienen tiempos de sufrimiento y de solidaridad.

miércoles, 2 de marzo de 2016

El debate o lo que sea



Escribo estas líneas desde un cierto estado de preocupación. No entiendo muy bien lo que está ocurriendo en el Congreso de los Diputados ni las reacciones que está provocando entre bastantes ciudadanos de izquierda.

El 20 de diciembre hubo elecciones. Antes de que votáramos, cada partido expresó libremente su postura ideológica, su manera de entender la organización política que debería tener España y sus recetas para enderezar la vida pública en nuestro país. Se defendieron proyectos neoliberales, socialistas, comunistas, radicales, conservadores, animalistas, de derechas, de izquierdas y de todo tipo. Cada partido lo hizo con la vehemencia que quiso, con la fuerza que pudo y con la convicción de la que fue capaz.

Y votamos. Y salieron unos números que expresaban el deseo de los ciudadanos. A partir de entonces, de lo que se trataba era de intentar gobernar el país entre los partidos que habían sido elegidos por los ciudadanos. Naturalmente, ninguno de los partidos elegidos podía renunciar a toda su ideología, a todas sus propuestas, pero tampoco creo que podía exigir ninguno de ellos que las suyas fueran ineludiblemente aceptadas por los demás. No creo que pueda admitirse que, en la situación actual del Congreso de Diputados español, haya una especie de minorías absolutas, de grupos cuyo programa sea irrenunciable, ni por ser de izquierdas ni por ser de derechas.

Me parece que lo que la situación actual requiere es que los partidos de derechas dejen de ser algo de derechas y los de izquierdas cedan algo en su izquierdismo, para que se pueda alcanzar un acuerdo de gobierno que, sin satisfacer plenamente a todos, permita que todos puedan ser gobernados razonablemente.


Esta debería ser la misión de los 350 diputados del Parlamento actual. Y si no son capaces de alcanzar ese acuerdo y de lograr un gobierno, que es lo que la ciudadanía les ha encomendado, que lo reconozcan. Si hay que ir a una nuevas elecciones porque estos políticos no han sido capaces de realizar su trabajo, se va, pero entonces, que en esa nueva convocatoria renuncien a presentarse todos los candidatos actuales. Todos, sin excepción.

martes, 1 de diciembre de 2015

La vejez y el debate




A fuerza de no pensar nos vamos quedando atrás, nos estamos volviendo viejos antes de tiempo, perdemos criterios, desaparece nuestra capacidad para evitar que nos engañen, nos confundimos con frecuencia de enemigos y vamos creando un mundo viejo, lleno de viejos de cualquier edad y con rutinas viejas, vacías de ideas y carentes de todo futuro.

Los viejos no suelen saber. Se pararon hace tiempo en lo que les venía bien y ahí se quedaron. Hablaba no hace mucho tiempo con un constructor muy rico y me decía que invertía en inmuebles todas sus ganancias. A mi pregunta de por qué no invertía en bolsa o en fondos, cosa que podía ser muy rentable para él, me contesto diciendo que él de eso no sabía nada y que prefería moverse en el terreno que conocía. Me pareció que se había parado en cuanto sus intereses se vieron satisfechos. Hoy, sin embargo, es menos rico y no tiene un futuro de crecimiento a la vista.

Algo parecido está pasando en la política. Si Rajoy hubiese ido al debate de ayer, hubiese quedado descolocado, no tanto por su edad biológica, sino por su mentalidad vieja frente a lo fresco que ofrecían los otros tres. Fresco no quiere decir necesariamente mejor, pero al menos era algo diferente, en muchos casos, que merecía la pena considerar. El mismo Rajoy, que suele ser muy simple en lo que dice y mucho menos simple en lo que a veces hace, lo reconocía diciendo que él va sólo a los debates de toda la vida. Como siempre que habla Rajoy, esconde tras sus palabras razones más reales. Encubría, a mi entender, el miedo a la osada juventud, a lo diferente, a que le saquen las vergüenzas en público o a que le consideren como uno más, siendo él lo que es. Y esconde también, según lo veo yo, el rechazo que un estilo verticalista, impositivo, cauasidictatorial, como el suyo y el de numerosos miembros del PP, siente ante un debate con quienes a veces le adelantan en las encuestas y que pueden ir a las raíces más reales de los problemas.

Yo creo que esta es una de las claves de que, a pesar de la cantidad enorme de mentiras que han soltado Rajoy y los suyos desde que aparecieron, de los destrozos que han realizado en sectores tan cercanos a los ciudadanos, como la sanidad, la educación o las pensiones, de las contradicciones tan sangrantes que ha sufrido el país -dicen que van a bajar los impuestos, pero luego los suben-, a pesar de todo ello, esta actitud mandona, ordenante, totalitaria que exhibe Rajoy es la que conecta con un electorado que se dice demócrata, pero que ha perdido su capacidad crítica, se ha olvidado de la posibilidad de descubrir que le están manejando y se entrega, pase lo que pase y aunque le perjudique, a quien le va a obligar a hacer lo que él quiera. Decir que se es demócrata, pero vivir con tics dictatoriales es más común de lo que creemos en nuestro país. Hay una vejez difícilmente superable.