Vivimos con una máscara puesta, pero
no nos damos cuenta. No es que queramos engañar a nadie, no creo que
vayan por ahí las cosas. Es que no queremos aparecer como
verdaderamente somos. Habitualmente nos sentimos más tranquilos
haciendo lo que hacen todos que intentando realizar lo que de verdad
querríamos hacer. Y nos ocurre lo mismo con nuestras ideas o con
nuestras maneras de expresar los sentimientos. En una sociedad que
nos uniformiza y que pretende que no haya diferencias notables, nos
sentimos incómodos siendo nosotros mismos, distintos de los demás,
honestos con nuestra manera de ver la vida. Nadie es más perseguido
y denostado que el que osa mostrarse tal cual es, desnudo de máscaras
y de poses habituales. Nos refugiamos así detrás de una máscara
que nos evita problemas y que nos cuesta el nada despreciable precio
de nuestra propia vida. Sería glorioso que algún día dejáramos la
máscara en casa. Buenos días.