Tengo la impresión de que todo se ha
quedado antiguo, de que todo está viejo, de que lo que hay vale más
bien poco. Hay trabajos que son de otros tiempos y que necesitan
urgentemente una reconversión, una adaptación a una situación con
futuro. Otros trabajos, necesarios y con futuro, se ejercen de forma
absurda, como si el mundo no hubiera cambiado. Nuestras ideas se han
quedado demasiado simples. Muchas de nuestras formas de estar en el
mundo ya no sirven. Los valores que podrían sernos más útiles han
caído y sólo sobreviven los más bajos, los más destructivos, los
que más nos alejan de lo humano. Más que con la razón, parece que
la sociedad se ha estructurado con sentimientos, con deseos y, sobre
todo, con codicia. El fracaso de este mundo que hemos creado se
deriva de que los progresistas -en sentido político, pero también
en sentido vital- no han sabido serlo suficientemente y han estado
parcheando los problemas que han ido surgiendo, pero de una manera
chata, casi ciega, sin saber crear ni ver un futuro mejor. Y los
conservadores, que sólo pretenden que el mundo les sea a ellos más
favorable, olvidándose de todos los demás, han conservado
demasiado, han frenado demasiado, han sido demasiado egoístas,
demasiado brutos, demasiado cínicos, han fomentado demasiado la
ignorancia y se han aprovechado demasiado de ella. Es posible que
esto sea un aspecto de la crisis actual, pero, en todo caso, es algo
que mientras no se arregle -no sé si por un líder o entre todos-,
va a mantenernos en el fondo de un océano sin agua.