Nunca supo ser un buen político. Nunca supo nada ni de leyes ni de estrategias ni de humanidad ni de política. Se equivocó constantemente. Ha hecho un daño tremendo a la democracia, a quienes han confiado en él y al país, pero él cree que lo ha hecho bien. Ahora tampoco sabe por qué tiene que irse.
En este país están surgiendo políticos de nuevo cuño seriamente trastornados. Uno se ve obligado a irse de la política y luego lo echan del trabajo. Otra se cree la enviada omnipotente del Altísimo y ya está en la fiscalía. Otro se inventa una manera barriobajera, chulesca, insultona e inútil de hacer política y ahora no sabe por qué se tiene que ir.
Todos estos nuevos políticos sueñan. Sueñan demasiado. Tienen unos egos que no han aprendido a dominar y solo manejan su mediocridad y sus delirios de poder. Los más embrutecidos de ellos quieren el poder como sea, porque se consideran enviados de los amigos del dinero para, desde las altas cimas del mando, cambiar las leyes como sea, de manera que todo se convierta en un negocio que favorezca a los ricos. Saben que muchos pobres -que se olvidan de que lo son- se identifican con este ideal y los van a apoyar. Mientras tanto, se pelean entre ellos porque todos, en medio de su mediocridad asustante, creen tener la verdad, y llega un momento en que no hay sitio para tantas verdades.
¿Qué pensar ahora de esa prensa que los apoyó contra todas las evidencias? ¿Les habrán pagado antes de todo esto? ¿Qué pensarán quienes iban gritando por la calle con banderitas, como si defendieran al Sumo Hacedor? ¿Quién curará ahora la desafección producida entre la gente sana que ha creído que esta política de gritos e insultos no merecía la pena? ¿Quién reparará todo el daño que han hecho al país? Y todavía queda otra, aunque esté atropellada por unas comisiones...