Hay quienes necesitan huir -de sí
mismos o del mundo- y se refugian en un templo, en donde hablan con
su dios o, incluso, dicen escuchar lo que éste les dice. Tendríamos que
ir de vez en cuando a algún lugar lleno de tranquilidad, ausente de
ruidos estúpidos y de presencias indeseadas, pero a hablar con nosotros
mismos, a escuchar lo que pensamos y lo que hacemos, a decirnos lo
que quizá no queramos oír, a reencontrarnos con nuestra vida, a
conocernos mejor, a darnos cuenta de quiénes somos realmente. Y a
escuchar el silencio.