Uno comienza a embrutecerse desde ese
momento imprevisto y casi inconsciente en el que empieza a
prescindir de los otros, cuando los otros dejan de ser seres humanos
que forman parte de nuestra vida. En ese momento, como si fuera el
momento culminante de una deliberación mantenida desde hace tiempo
de forma suave, pero firme, decidimos que los otros no merecen ser
escuchados. Los otros desaparecen del juego de relaciones humanas que
es la vida, nuestra vida, y quedamos desolados. No es la soledad la
que aparece en la vida de quien comienza a embrutecerse, sino la
desolación, el efecto de sentirse abandonado por el lado agradable
de la vida. No es que los otros nos hayan hecho algún daño, que no
es lo peor que nos hagan daño, sino que no nos han querido. Y como
esto lo han llevado hasta extremos insoportables, rompemos con ellos.
Ahora nos han dejado solos. Ahora sólo existimos, pero no somos. Los
demás son ya cosas que pasan por ahí. Buenas noches.