Lo que vemos, lo que miramos, lo que escuchamos, lo que leemos, lo que pensamos y lo que hacemos van creando en nuestra mente lo que cada uno de nosotros considera normal.
Si limitamos nuestra normalidad a lo conocido, a lo de siempre, y, encima, por algún extraño motivo, lo consideramos lo único, entonces nuestra normalidad se hace pobre y nuestra vida envejece.
Si nos diéramos cuenta de que el mundo no ha parado nunca de evolucionar, de que, como dijo Heráclito hace ya muchos siglos, todo cambia y nada permanece, entonces abriríamos el campo de la mirada, escucharíamos más opiniones y no consideraríamos absurdamente una opinión como la definitiva, la única posible, la que todo el mundo debería admitir.
Si no queremos ser viejos antes de tiempo, deberíamos someter a una continua crítica lo que cada uno consideramos como lo normal.