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jueves, 7 de diciembre de 2017

Teatro. Un tercer lugar




Dice José Sanchis Sinisterra, en el prólogo de la edición escrita de Un tercer lugar, que Denise Despeyroux, su autora, maneja con verdadera maestría dos recursos teatrales, la paradoja y el malentendido, con los que nos atrapa sutil, pero implacablemente.

Me parece que es así y que, vista la función desde dentro del espíritu teatral, resaltan con fuerza esas cualidades, pero a mí me gusta situarme más en la perspectiva del espectador de a pie, el que va al teatro a pensar, a divertirse o, simplemente, a disfrutar.

Un tercer lugar me pareció una obra lúcida en la que seis personajes neuróticos tratan de amar y de encontrar amor. Siempre he valorado enormemente la mirada de Denise Despeyroux, capaz de captar lo que le duele y lo que le hace sufrir al hombre actual. La neurosis de estos personajes no son una muestra de personas en cierto modo alejadas de la normalidad, sino, más bien, la expresión de seis facetas de la personalidad de cada uno de nosotros que salen a la luz con diversa fuerza, dependiendo de las circunstancias concretas.

Con el fruto de esa mirada y haciendo gala de una inteligencia privilegiada, la autora lograr organizar una trama en la que la mentalidad de los personajes se va mostrando y se van manifestando las dificultades de nuestra relación con los otros. Si vivir consiste en relacionarse, las dificultades de la vida serán las dificultades de nuestras relaciones. El problema quizá no esté exactamente en los otros, sino en nuestras relaciones con ellos, que son las que nos alteran, nos crean dificultades y puede que nos neuroticen.

Hay situaciones en la vida en las que el misterio o la oscuridad son los únicos resultados de nuestras preguntas. Si alguien cree saber, por ejemplo, en qué consiste exactamente el amor, lo más probable es que ignore mucho de él, porque si uno se adentra honestamente en ese camino de búsqueda, lo que suele encontrar es el misterio, lo inexplicable, el imperio del ¿por qué? y la derrota del porque... En esto se dan la mano en ocasiones la poesía y el teatro, porque a veces rozan el misterio y solo son capaces de mostrar a tientas las profundidades sobre las que se asienta la vida.

El ingenio de Denise Despeyroux se muestra en el intento de mostrar lo profundo de la vida usando la filosofía y el humor o, quizá más exactamente, la mezcla efectiva, brillante y provocadora de risas casi constantes de la filosofía y del humor. Solo los inteligentes son capaces de reírse de sí mismos y la autora lo es. Ella es filósofa. Se le nota en sus planteamientos y en sus conocimientos, pero se ríe con arte de la filosofía mientras enseña a pensar al espectador. Tiene, además, una facilidad enorme para retratar psicológicamente a las personas en los personajes, pero, a la vez que muestra esos retratos, se ríe de la psicología. Como si de un derroche de buena pedagogía se tratara, el espectador aprende mientras se ríe y se queda pensando cuando se le va la risa. Casi dos horas de diversión creativa y útil que, en mi caso, continuaron después en comentarios que no podían quedarse ocultos.

Los actores y actrices están magníficos. Cuando fui, salieron cuatro veces a saludar, lo cual dice mucho en su favor. La obra se representará hasta el 17 de diciembre en la Sala Margarita Xirgu, del Teatro Español, por lo que no queda mucho ya para que puedas disfrutar de la que quizá sea la mejor función que he visto esta temporada en Madrid. No te la pierdas.


jueves, 5 de febrero de 2009

Lo que hay que ver / 7 / El encuentro


En el Teatro Español, de Madrid, se representa hasta el 22 de febrero la obra de Jean-Claude Brisville, EL ENCUENTRO de Descartes con Pascal joven. Los actores son Albert Triola y Josep-Maria Flotats, correspondiendo también a este gran actor catalán la versión y la dirección de la función.

El interés de la obra está, sobre todo, en que se muestra en ella la contraposición entre el hombre antiguo, simbolizado aquí por Pascal, y el moderno, que encarna Descartes. Se nos presenta en la obra a un Pascal tremendamente fanatizado por una religión católica que empieza ya a perder su papel de criterio único que había gozado desde hacía tantos siglos. Desde esta creencia dice cosas que hoy nos pueden parecer un tanto trasnochadas, pero que sin duda se encuentran en el fondo de la mentalidad de muchas personas: la mayor valoración del dolor que del placer, la relativización de la ciencia frente al absoluto valor de la fe en Dios o las rancias discusiones sobre si una señorita que ha comulgado por la mañana puede ir a bailar por la tarde. Estoy seguro de que no son problemas éstos tan pasados de moda para mucha gente. Frente a él se propone a Descartes como un ser de este mundo, defensor de la razón como criterio, sin renunciar a la fe, pero sí a una fe vivida en la clave fanática en la que la vive Pascal.

Pongo aquí la sinopsis que publica el propio Teatro:

Sinopsis:

Sólo una vez se encontraron Descartes y Pascal, los dos filósofos más importantes de su siglo: fue el 24 de septiembre de 1647, en el convento parisino de Los Mínimos, y su entrevista duró varias horas. Ninguno de los dos escribió sobre lo que hablaron, y eso permite al dramaturgo Jean-Claude Brisville imaginar el encuentro de dos experiencias vitales y de dos pensamientos filosóficos. El encuentro escenifica ese enfrentamiento de dos personalidades y de dos vidas fascinantes que, por distintos motivos, siguen perteneciendo a nuestro tiempo.

Cuando se produce ese encuentro de las dos mayores figuras del pensamiento del siglo XVII, Descartes tiene 51 años y ya ha escrito su obra maestra, El discurso del método, texto revolucionario en la filosofía occidental que une moral y lógica, y tiene en gestación en su mente el Tratado de las pasiones del alma, concluido en 1649, pocos meses antes de su muerte, en el que une moral y psicología. Pascal, en cambio, es un joven de 24 años, al que ya se considera un genio por varios inventos científicos que ha ideado, entre ellos una máquina aritmética antecedente de los actuales ordenadores; en ese momento, Pascal está inmerso en una profunda crisis existencial que, con la fe del converso, se preocupa más de reformar a los demás que de reformarse.

La admiración que ambos sienten el uno por el otro no oculta su radical oposición de ideas y de formas de vivir. El encuentro escenifica ese enfrentamiento de dos personalidades y de dos vidas fascinantes que, por distintos motivos, siguen perteneciendo a nuestro tiempo.

Basándose sobre todo en la voluminosa correspondencia dejada por los dos grandes filósofos para indagar mejor y profundizar en su humanidad, Jean-Claude Brisville nos ofrece un texto de gran altura con diálogos y réplicas dominados por el humor y la ironía, finísimos diálogos que exigen un elevado sentido de la melodía. Tiempos, ataques, pausas, rubatos y largos que nos remiten al universo mágico del lied schubertiano, al goce de la escucha del contenido y de la musicalidad de la palabra; texto e ideas suponen, para el intérprete, el placer sensual de morder en ellos como en una fruta jugosa; y para el público, la sensación de sentirse, una vez oídas melodía y palabra, más inteligente, más humano.