Da gusto recomendar el último libro de Manuel Vicent
Rafael Azcona resolvía la tarea de comentar un libro o una película de alguien cercano diciendo muy firmemente al máximo interesado: "¡Esto es un libro!" o "¡Esto es una película!", según el caso. Es cierto que resulta muy complejo esto de expresar con palabras lo que nos ha parecido un libro, una película, un cuadro, un disco, etcétera, pues todos los autores --todos-- tienen su ego específico que aunque reclame sinceridad espera elogio. Así que es complicado decir cualquier cosa, por lo que la fórmula de Azcona me parece fantástica. Sin embargo, a veces da gusto elogiar un libro y recomendarlo abiertamente. Vaya por delante que este que recomiendo es de un amigo al que frecuento muchísimo, y al que quiero, claro está, que además publica su libro, una novela, en la editorial a la que estuve ligado hasta hace algunos años, Alfaguara, a la que él mismo estuvo ligado mucho antes que yo. La novela es Aguirre, el magnífico y el autor es Manuel Vicent. La he leído como si fuera un libro sobre Jesús Aguirre, el duque de Alba. Pero pronto la novela no es exactamente sobre ese personaje tan peculiar, tan inteligente, tan extraordinario y tan contradictorio que fue el sacerdote, editor y finalmente duque más famoso de las últimas décadas españolas. El libro es sobre Aguirre, qué duda cabe; él es el foco del interés narrativo de Manuel Vicent, pero en este caso, como en otros de su producción literaria, Vicent ha hecho caso de las sabias teorías de Juan Cueto sobre la mirada distraída, así que ha conseguido, con una mano verdaderamente magistral, de un magisterio insólito, hondo, establecer ante nosotros una especie de retablo de las maravillas y de las desdichas de un país entero desde que nace al duque hasta que cae del otro lado de la vida, tras un periodo en el que la sombra es su cobijo. El libro recorre, pues, la historia de España en los difíciles tiempos del franquismo y de la transición, y para ello Vicent acude a su propia teoría de la memoria fermentada; para los periodos siguientes, cuando España pretendía ser un país alegre y resuelto, Vicent acude a una ironía que alcanza los límites en los que la ternura se confunde con el sarcasmo. La capacidad metafórica de Vicent le ha acompañado felizmente; él es un obseso de la grasa (contra la grasa) en la literatura, y aquí consigue un cuadro acabado y sutil, lleno de insinuaciones que hacen revivir la historia para ponerla a disposición de los que creemos que la literatura no es sólo la narración notarial sino la imaginación al servicio de los sucesos que uno rememora en la niebla dubitativa de la memoria. Literatura pura, sin grasa, proteína en su justa medida, alimento poético verdaderamente raro. Si tienen una librería a mano vayan en seguida a buscar este libro, y léanlo como se lee una novela. No caigan en el vacío de la historia, pues las historias son mejores cuando parecen inventadas. Esto es un libro, ciertamente, y qué gusto da recomendarlo.