El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
domingo, 22 de agosto de 2021
Urgencia
jueves, 15 de octubre de 2020
No al vacío
Me senté a comer. El mundo me tiene harto. No sé si es más responsable de este hartazgo la amenaza del virus, que me está restando vida, o estas hordas de gentes de ultraderecha y de derecha ultra que han traspasado el umbral de la racionalidad y está creando un ambiente en el que ni ellos mismos, si son normales, deben de estar a gusto. Cada vez que esto ocurre ahí fuera, a mí me entra una pereza atroz. Llevo ya algún tiempo con una dejadez encima que solo me permite hacer lo indispensable. Mis circunstancias no son las más favorables para llevar una vida laboriosa, aunque intento mantenerme a flote.
El caso es que me senté a comer. Sé una de las cosas que hay que hacer siempre, que es buscar lo agradable entre lo que la vida te pone delante en cada momento, así que me fijé en la luz que entraba por la ventana de la cocina. Era una luz cálida, acariciante, que contrastaba con el frío que posiblemente hiciera fuera. Era una luz que invitaba a vivirla, a disfrutarla, que me daba no sé si optimismo o esperanza. Los árboles del jardín están aún lozanos, fuertes, con sus hojas defendiendo los últimos días que le quedan por estar en su lugar. Me tomé una taza de caldo caliente hecho con verduras y huesos de pollo. Intenté concentrarme en el sabor del caldo y descubrir el recuerdo de cada uno de sus componentes. Algunos aparecieron. Realmente estaba rico y resultaba reconfortante, como lo es todo lo cálido con los primeros fríos del otoño. Quiero perder peso y me hice una ensalada, de las que los cursis llamarían ilustrada. Mezclé un cogollo de lechuga, un tomate pequeño cortado en trozos, un huevo cocido, media cebolleta picada, un par de lomos de caballa en conserva, unas pocas aceitunas negras, un chorrito de salsa de soja y otro de aceite de oliva. Se me olvidó incluir una zanahoria cortada en rodajas finas y unas semillas de sésamo. Estaba muy rica y no creo que me pasara en calorías. Luego me tomé un par de ciruelas intentando sacarle todo el sabor que pude, pero lamentablemente no fue mucho. Resultó una comida agradable.
La rutina nos hace perder los detalles, los pequeños y los grandes detalles. Nos acostumbramos pronto a pasar por la vida de puntillas, sin estar atentos a todo lo que nuestros sentidos son capaces de ofrecernos y sin pararnos para que la inteligencia nos permita comprender lo que hay, lo que nos pasa y lo que deberíamos hacer. No tenemos alas, pero revoloteamos por la existencia como pájaros que han olvidado su origen, su destino y su trayectoria más adecuada. Huimos con mucha facilidad de la realidad y nos refugiamos en cualquier diversión. Creo que tenemos que pararnos. Los días no pueden irse vacíos.
jueves, 11 de octubre de 2018
martes, 6 de junio de 2017
Buenas noches. Sentidos
jueves, 16 de marzo de 2017
Buenas noches. Belleza
miércoles, 7 de septiembre de 2016
Buenos días. Sentidos
sábado, 13 de febrero de 2016
lunes, 18 de enero de 2016
Buenos días. Sentidos
martes, 21 de julio de 2015
Buenas noches. Un gozo para los sentidos
El aire limpio de las primeras horas del día junto al mar. El olor de la playa por la mañana con la marea baja, olor a algas, a vegetales marinos. Las rocas llenas de pequeñas lapas y de cangrejitos. La suave brisa de poniente que envía una tras otra olas que mueren en la orilla y son sustituidas incesantemente por otras que nacieron un poco antes. La suave constancia del sonido del mar. Los cuerpos que pasean su semi desnudez, justificada en la playa, pero menos en la ciudad. Cuerpos sin la mentira de las ropas, más gordos o más delgados, pero todos casi iguales, que la desnudez iguala mucho. Familias enteras, llenas de niños y niñas, de suegros y suegras, que van montando sus campamentos frente al mar.
Llega la tarde. El Sol está fiero. El olor de la mañana cambió al del agua salada. El aire está más espeso. La marea llegó casi a la pleamar. Los cuerpos se tuestan ahora en una arena ardiente, quemadora. El viento de poniente subió de intensidad y aceleró el tranquilo oleaje de por la mañana. El color del mar cambió la claridad teñida de algas de la mañana por la bravura cambiante que produce la brisa vespertina. La arena es un abigarrado campo de sombrillas, debajo de las cuales, unos duermen, otros charlan, algunos leen y dos mujeres se besan junto a un chico y una chica que se miran tumbados sobre sus toallas imaginando lo que harán en la vida.
Un gozo para los sentidos.