Somos frágiles, demasiado frágiles.
Un bichito insignificante nos hace un daño atroz. Una palabra mal
dicha nos mina la moral. Una caricia que no nos dan nos deja en el
fondo del pozo. Cuando buscamos algo de belleza y no aparece, es como
si nos faltara el aire. Tres o cuatro meses seguidos -poca cosa- con
frío y con lluvia nos hunden en la miseria. No somos nadie.
Y sin embargo... Sin embargo, somos una
fuente de poderío enorme. Sólo hay que querer ser fuerte y
poderoso. ¿Para qué? Para ser dueños de nuestras vidas, para ser
uno mismo, para ser yo y no una sucursal de nadie, para no ser la
vida en la que habita otra persona. Todas las fragilidades deben ser,
a lo sumo, inconvenientes, debilidades transitorias, pero yo debo ser
siempre yo. Y debo querer ser yo el dueño de mi vida por encima de
cualquier otra cosa. Sólo siendo el dueño de mi vida podré luego
dársela a quien me dé la gana, y regalar mi tiempo a quien quiera,
y decirle lo que me parezca oportuno a quien yo desee decírselo.
Sólo si somos fuertes podremos amar. Y sólo es feliz quien ama, que
la felicidad no se tiene por ser amado, sino por amar.
Esta noche ama a quien quieras. Y
acuérdate con cariño de quienes quieras también. Y recuerda todo lo
positivo que te haya traído el día, antes de cerrar los ojos. Y
crea esa nube de cariño para que recorra el corazón de todos los
que quieres y les llueva (para variar) todo lo que hayas puesto en
ella. Descansa bien. Buenas noches.