La
buena educación, los buenos modales, el saber escuchar, el
explicarse con cariño para que te entiendan, el deseo de comprender,
el tono de cordialidad, la mesura en las discrepancias, la ausencia
de agresividad en las palabras, la amabilidad siempre...
Todo ello hace que en la
conversación desaparezca el cuerpo y el alma se torne serenamente
dúctil, en continua revisión tranquila, abierta al crecimiento
razonado.
No hay barreras.
Yo me pongo en tu lugar y, desde allí,
soy yo.
Tú te pones en el mío y eres tú desde aquí.
Somos dos,
pero somos uno conversando.
Las ideas ya no son nuestras.
Buenos
días.