Hay algunas cosas, pocas, que se sitúan
por encima del ser humano. No me refiero a seres trascendentes, a
dioses ni a inventos parecidos fruto de la debilidad humana. Me
refiero a todas esas instancias que son más importantes que la
individualidad humana, como la ética, la ley o la política. Su
importancia radica en que se refieren, no al yo, sino al nosotros; no
a mi vida particular, sino a la vida de todos. El inhumano
individualismo del neoliberalismo que nos invade y nos asfixia está
acabando con esta visión del ser humano como un ser social, pero eso
no quiere decir que haya perdido su vigencia. Que la gente sepa cada
vez menos aritmética no quiere decir que 2 + 2 no sigan siendo 4.
Mañana me toca visitar uno de los
lugares en donde habita una de esas entidades superiores al
individuo. Es el sitio en el que unos servidores de los ciudadanos,
elegidos y pagados por estos, se dedican a hacer las leyes por las
que se va a regir la vida de todos. Quizá sea esta la labor más
sagrada, si se puede hablar así, de las que se desarrollan en la
sociedad y tiene lugar, claro está, en el Congreso de los Diputados.
Hace un par de años, participamos, en
nombre del IES Luis Buñuel, de Alcorcón, un grupo de alumnos y
alumnas y yo mismo en un trabajo que pretendía fomentar la igualdad
entre los hombres y las mujeres, a la vez que difundir el espíritu
de la Transición, que nos ha permitido vivir la época más dilatada
de democracia en España. La convocatoria incluía un homenaje a los
padres de la Constitución que, por diversas razones, no se ha podido
celebrar hasta ahora y que va a tener lugar mañana.
En los tiempos que corren veo la
democracia seriamente amenazada, por una parte, por una derecha que
va a lo suyo con descaro y que no ve -o no quiere ver- lo que
significa ser ciudadano en una sociedad democrática; y, por otra,
por una extraña izquierda, que termina haciéndole el juego usando
métodos de derechas, como la manía de generalizar y meter a todos
en el mismo saco, o poniendo en práctica estrategias ingenuas, como
la de lograr la desmotivación de buena parte de los votantes en
vísperas de las elecciones, de confundir el debate político con las
discusiones de ateneo o la alegre sustitución de la representación
por la asamblea. Pero, a pesar de todo esto, creo en la democracia,
en una democracia que necesita eliminar todas las deficiencias que ha
ido adquiriendo, posiblemente por falta de autocrítica.
Mañana iré al Congreso como el que va
a un templo, no en el sentido religioso, sino en el de alguien que va
allí a estar con algo que es más importante que uno mismo, algo que
le infunde un profundo respeto por lo que significa para la vida
humana en sociedad. Espero encontrarme allí con diputados y no con
mercaderes.