Aquel mundo era demasiado cerrado, no
tenía salidas visibles y ofrecía pocas posibilidades para llegar a
ser uno mismo. Cuando yo tenía 20 años, había bastantes salidas
laborales, tanto para quien quería estudiar y prepararse, como para
quien prefería aceptar cualquier trabajo, aunque estuviese peor
remunerado. Lo que no había eran muchas salidas humanas. La sociedad
estaba dominada en buena medida por las normas franquistas y por la
ideología religiosa católica. Ninguna de las dos daba más opción
que la chata manera de entender la vida que, de manera uniforme,
dominaba las mentes y la realidad de los jóvenes de entonces.
La vida en la familias era asfixiante.
Todo era igual, siempre igual. Vivir consistía en repetir y repetir
y nunca en crear. Lo nuevo estaba prohibido. Lo fresco estaba
condenado. El placer, si no entraba dentro de unos márgenes muy
estrechos, era denostado y perseguido. Se trataba de aguantar
callado, en la medida de lo posible, y de sufrir en silencio la
repetición siempre idéntica de lo mismo.
La única salida viable era escapar,
huir de casa en cuanto hubiera una oportunidad. Algunos, quizá
privilegiados, la tuvimos yéndonos a estudiar fuera, en donde
conocimos otros mundos, aunque con una dependencia económica de la
familia que a veces se hacía algo cuesta arriba. Otros, puede que
con menos oportunidades, intentaron formar cuanto antes su propia
familia para poder así escapar de los negros lazos de la rutina sin
fin. Muchas parejas jóvenes se formaron entonces y se emanciparon en
cuanto sus economías se lo permitieron, pero casi todas ellas
reprodujeron más o menos el esquema que habían vivido hasta
entonces. La herencia recibida adoptó una cierta apariencia de
juventud y acabó siendo tan parecida a la anterior que nadie diría
que se había evolucionado mucho. En cuanto se formaban, las nuevas
parejas cerraban la puerta y ponían entre paréntesis cualquier
relación previa que tuvieran con el exterior, cortaban los lazos de
la vida con amigos y diversiones y se enclaustraban otra vez en sus
nuevos hogares a revivir lo que habían vivido antes, sólo que ahora
con un decorado distinto, aunque muy parecido al anterior. Fue, una
vez más, el eterno retorno. Buenas noches.