Me ocurre a mí, pero estoy seguro de
que no soy el único. Estoy perdiendo sensibilidad para la vida. Hay
veces que no miro y, si miro, hay veces que no veo lo que pasa. Y si
no lo veo, no me entero. Pasan cerca de mí muchas cosas, pero yo no
sé nada de la mayoría de ellas. O no oigo nada o no escucho lo que
oigo. Siempre creí que había dos tipos de olfato. Uno, el sensible,
para oler las flores y las cosas podridas, y otro, el intelectual,
para captar a la buena gente y a los corruptos. El caso es que huelo
cada vez peor. Del gusto ando fatal: con el tiempo me gusta menos
todo. Lo que toco suele resultar diferente de lo que yo pensaba. El
sentido del dolor sólo funciona conmigo. Cada vez me es más ajeno
el dolor de los demás. El sentido común se va volviendo ausente,
raro, peculiar. Me estoy volviendo insensible, como si fuera un trozo
de corcho con apariencia humana.
Intento no perder la sensibilidad, pero
la fuerza de este mundo, de esta sociedad, es grande y noto que me va
comiendo por dentro, que me está adocenando, que me está restando
personalidad y que mi humanidad se resiente. Tendré que tomarme en
serio esto de la sensibilidad, porque en realidad es la puerta que me
abre al mundo. Espero que a ti no te ocurra, pero si no es así,
tendrías que reaccionar. Sin sensibilidad, ni nos enteramos de nada
ni sabremos lo que hay que hacer.
Un buen ejercicio es acordarse de las
personas que queremos, de cómo estarán, de cómo lo estarán
pasando, de qué pueden necesitar. En realidad, mandarles cariño hay
veces que no es suficiente. Es posible que necesiten algo más.
Buenos días.