El problema fundamental de la vida es un problema ético. ¿Cómo actuar hoy para crear un mundo más humano? ¿Cómo actuar de manera humana para crear un mundo mejor?
viernes, 27 de diciembre de 2013
¿Muchas felicidades?
miércoles, 2 de junio de 2010
Alegría / 3
Últimamente, a mis deseos de felicidad añado el de alegría. La alegría es el primer gran síntoma de que la vida va bien, de que una persona está a gusto con su realidad y de que hay ganas de vivir. Añado el deseo de alegría porque, dado que la mayor parte de las veces yo no voy a poder contribuir eficazmente a la consecución de la felicidad del que, por ejemplo, cumple años, al menos intento darle alguna pista, concretarle un poco lo que yo le deseo y plantearle algo determinado que puede que le haga pensar en lo que debería conseguir o en cómo hacerlo.
Me parece que la alegría es la consecuencia natural, vital y hasta biológica de sentirse bien con uno mismo, de desarrollar una existencia que puede considerarse como humana. Nunca verás a un salvaje urbano estar alegre. Seguramente echará al mundo risotadas y espumas de colores, pero no tendrá en la cara el sutil, discreto, sereno e inconfundible gesto de la alegría que se descubre en quien poco a poco, experiencia tras experiencia y reflexión tras reflexión, va aprendiendo a actuar y a vivir como un ser humano.
La gran transformación en la vida de una persona tiene lugar cuando aprende a conseguir estar alegre.
martes, 1 de junio de 2010
Alegría / 2
Cada vez que surge la oportunidad de felicitar a alguna persona, me planteo el sentido que tiene ese acto. Sin duda que es agradable que se acuerden de uno y que te deseen lo mejor, pero, en realidad, ¿qué quiere decir la tan manida expresión “felicidades”? Creo que esto ya lo he expresado en alguna ocasión. La mayor parte de las veces viene a decir algo así como “a ver si tienes suerte y te encuentras, no se sabe muy bien cómo, con la felicidad”. De este rito, lo que menos me gusta es que el felicitante, tras expresar sus mejores deseos, desaparece de la escena y deja al felicitado abandonado a su suerte. Incluso, a veces, no vuelve a aparecer hasta el año siguiente, momento en el que, con besos y abrazos, vuelve a practicar el rito expresivo de sus deseos.
Caso de felicitar a alguien, me gustaría a mí un poco más de compromiso a la hora de desear la felicidad del otro. Pienso que se corre el riesgo de hacer de la felicitación un rito barato, ajeno a las vidas del que felicita y del felicitado, tan frío que sugiere más un cumplimiento forzado que un verdadero y sentido deseo vital. Lo personal ni se ha notado cuando el rito se ha hecho frío y pobre, cuando la tradición vacía ha suplantado a la vida.
(Continuará)
martes, 5 de enero de 2010
Felicidades
De felicitaciones y de agua ha habido muchas lluvias estos días. La nochebuena, la Navidad, la nochevieja, el año nuevo … Sobraban los motivos para la felicitación. Mi familia es, además, muy dada a la práctica felicitatoria y añade el santo, la onomástica, a la lista de ocasiones felicitables. Y el móvil, el correo electrónico, Facebook, Tuenti y los procedimientos similares facilitan el mecanismo para poder acudir cómodamente al reclamo de la felicitación.
“Felicidades”. ¿Qué querrá decir esta expresión tan escuchada y tan dicha estos días? Haciéndole caso al sabio Wittgenstein, no debemos preguntarnos por el significado de las palabras, sino por el uso que hacemos de ellas, si es que queremos entender lo que decimos. Pues bien, ¿cómo usamos la palabra “felicidades”? ¿qué es lo que queremos decir con ella?
Viendo la cara de los que felicitan y conociendo también mi intención en diversos casos, se podrían distinguir varios usos de la felicitación. Veamos.
En primer lugar, el uso posiblemente más común de la felicitación sea el de hacerlo por tradición, porque en estas fechas se felicita y si no se hace, parece que quedas mal. No se dice nada especial con esta actitud, como tampoco se dice nada extraordinario con ella diciendo “Hola” o “Adiós”, salvo cumplir con una convención social más o menos vacía de contenido.
A mí estas convenciones vacías, que se practican sin saber lo que se pone en práctica, nunca me han gustado demasiado, porque me han parecido muy lejanas a un sentido humano de la existencia.
Una variante de esta actitud de cumplir con las tradiciones intentando no quedar mal es la del que felicita de paso y sin pararse, como diciendo “Venga, pasa de largo, que ya hemos cumplido y no tengo ningún interés en hablar de nada contigo”. También esta actitud la he visto y la he practicado algunas veces.
Con mejores intenciones viene el que te felicita, pero interpretándolo en clave de suerte, como queriéndote decir: “A ver si tienes suerte y te sale lo de ser feliz”. Es algo así como si te desean que te toque la lotería o que te salga bien un examen que no te has preparado. Hay aquí, al menos, una intención positiva, aunque desligada de cualquier relación real entre las personas que se felicitan. En mi opinión, esta es la actitud más frecuente en el acto de la felicitación.
Hay otra intención poco frecuente, pero muy realista y con mucho contenido, que consiste en advertir al otro de que la felicidad que se desea depende también de la actitud con la que viva la persona que es objeto de nuestra felicitación. La felicidad es el fruto de un proyecto vital determinado, de una actitud existencial concreta, y es muy difícil que sin que una persona ponga algo -lo que sea- de su parte, logre su felicidad.
La intención más humana me parece que es la que se descubre cuando lo que te dice quien te felicita es que va a hacer lo posible para que puedas ser feliz, que está dispuesto a embarcarse en el viaje que te pueda llevar a una vida mejor. Este es el deseo que tiene mayor sentido y el más alejado del tópico que confunde la vida con la emisión de palabras vacías con olor a cumplimiento y a mentira.
Creo que yo he felicitado estas fiestas de casi todas estas maneras. Y resulta en cierto modo paradójico que, igual que he felicitado varias veces sin darme cuenta de ello a varias personas, haya otras cercanas a mí a las que posiblemente no me haya dirigido a ellas de ninguna de estas formas. Quizás porque la intención era evidente y cotidiana y no requería de ninguna manifestación extraordinaria.
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