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miércoles, 7 de marzo de 2012

Día Internacional de la Mujer. Lo que dicen los curas

Mañana es el Día Internacional de la Mujer. Reproduzco aquí la entrada publicada en este blog el 12/8/2010.


A Paloma.

Una de mis ocupaciones veraniegas consiste en acompañar a mi madre a misa, porque sola no puede ir. Asisto impertérrito a la ceremonia, observo, oigo, juzgo y callo. Pero tengo que oír cosas que resultan de muy mal gusto.

Por ejemplo, el otro día leyó el cura el pasaje del milagro de los panes y los peces. Supongo que lo conoces. Por si acaso, lo puedes leer en el evangelio de san Mateo, 15, 32. Resulta que con siete panes y unos cuantos peces, Jesucristo dio de comer "a cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños". ¿Por qué, a la hora de contar los comensales, se hace la diferencia entre los hombres y las mujeres? ¿Es que éstas son de menos importancia que aquéllos? ¿Cómo se le puede decir hoy, tal como están las cosas, a las mujeres que a ellas "ni se las cuenta", porque realmente no cuentan nada? Y el cura tan tranquilo y los asistentes, igual. Es el machismo divinizado, sacralizado por unas mentes deformadas e incapaces de descubrir qué es un ser humano. Tan ocupados están en el negocio de conseguir la otra vida que no se enteran de lo que están haciendo en esta.

El domingo siguiente, el cura de turno se quejaba de que hubiera gente que no quería que la religión tuviera una dimensión pública, sino sólo privada. Incluso, decía, hay quienes no quieren que tenga siquiera una dimensión privada, sino que no exista de ninguna manera. Son los ateos ignorantes, aclaraba. Lo que defendía el cura era el derecho a expresar la fe religiosa "íntegramente", esto es, en privado y en público.

Desde un punto de vista formal esto está bien. Entronca con el derecho de expresión y debería ser reconocido a los católicos y a todo el mundo. El problema está en que en muchas ocasiones son los propios católicos los que no admiten que otros, que no participan de su credo, puedan también, igual que ellos, expresarse y defender sus ideas. Con esto lo que hacen es autodescalificarse y mostrarse como exclusivistas, intolerantes e inhumanos, porque no defienden ni la libertad para todos ni la igualdad. O sea, un peligro.

Y desde el punto de vista del contenido, el cura defendía el integrismo, es decir, el intento de integrar la religión en la vida de la ciudad, en la política, y que sus posturas sobre el aborto, los métodos anticonceptivos, el divorcio, etc. puedan expresarse públicamente como opiniones religiosas derivadas de supuestos preceptos divinos. La particularidad está en que si alguien, de manera privada, personal, decide no abortar, pues muy bien. Allá cada cual con su vida y sus decisiones. Pero si esto se quiere manifestar públicamente es porque se quiere convencer al vecino, al ciudadano, de que también debe pensar así, con lo que su opinión religiosa se torna en política. Y así algunos pretenden volver al integrismo del siglo XIX, pariente cercano de los fundamentalismos y de las actitudes antihumanas que vemos hoy con claridad en los países que interpretan el Islam en esta clave.

Y ahora nos llega de visita el jefe de esta corriente tan peligrosa para la salud humana, que tiene que recurrir a estas medidas de marketing para intentar convencer a las mentes blandas y miedosas que buscan el sentido de esta vida en otra y que no se conforman con creerse ellos sus propios infundios, sino que quieren que todos traguen sus ruedas de molino.

miércoles, 2 de junio de 2010

Panorama intelectual



Mañana es fiesta en la Comunidad de Madrid. Se “celebra” la festividad del Corpus Christi, de tan hondo significado para todos los habitantes madrileños. Hace pocos días las autoridades correspondientes no permitían a una chica marroquí ir a clase con un pañuelo en la cabeza. Incluso la máxima autoridad civil de la Comunidad se mostraba de acuerdo con tal medida. Ahora, en cambio, musulmanes, hindúes, ateos, agnósticos y gentes de cualquier religión o de ninguna tienen que “celebrar” una festividad cristiana situada en mitad de la semana y sin que ninguno de ellos sepa, posiblemente, lo que quiere decir tan, al parecer, importante conmemoración. Esto sí está justificado porque le da la gana al poder. Lo otro, no.

Ayer tuve que explicar en clase qué era el integrismo, concepto de origen católico que expresa la actitud de intentar transmitir a lo largo de la historia y sin que le afecte ningún tipo de cambio un mensaje íntegro, idéntico al original, normalmente de corte religioso. Puse como ejemplo, para que lo entendieran, la postura actual de la Iglesia católica oficial en relación con la prohibición del uso de cualquier método anticonceptivo. Tal posición la justifica la superioridad católica con argumentos de Santo Tomás de Aquino, quien en el siglo XIII ideó lo que hoy constituye la mayor parte del “pensamiento” ético católico. El sector integrista de la Iglesia intenta transmitir íntegro ese mensaje, sin que las circunstancias actuales, tan distintas de las del siglo XIII, puedan hacer cambiar dicho mensaje. Una alumna, a la que valoro mucho, pero que debe tener alguna idea intransigente en la cabeza, me echó en cara que estaba insultando a la Iglesia Católica. No es que moleste la crítica, es que ya molesta hasta la historia.

No cabe duda de que el panorama que se ve es para preocuparse.


viernes, 24 de abril de 2009

Almas de destrucción masiva / 4 / Ratzinger 1

A mí me instalaron de pequeño en la mente preocupaciones religiosas que me costaron mucho tiempo y mucho trabajo quitarme de encima.

Hoy lo que tengo es una preocupación por los efectos psicológicos, sociales y políticos que la mentalidad religiosa tiene, en primer lugar, sobre el pensamiento y la acción de las personas (porque hay quienes actúan con el criterio fundamental del miedo -a Dios, al más allá y al más acá-, quienes son intolerantes en nombre de la religión y quienes supeditan el conocimiento racional y científico a las informaciones ajenas a la razón que les suministra la fe); en segundo lugar, sobre la posibilidad de desarrollar una vida social plena y libre (hay luchas absurdas y estériles por el contenido de la educación, por el uso de preservativos, por la igualdad de derechos entre todas las personas, tengan la orientación sexual que tengan, y hasta por las formas de vestir); y, por último, sobre las leyes que se generan para estructurar humanamente la sociedad (tenemos que soportar una ralentización del avance humano a través de leyes que cuesta trabajo sacar adelante y que afectan a temas como el aborto, la unión de homosexuales y a todo lo que en un breve tiempo termina siendo aceptado como normal, a pesar de la oposición pesada de los que viven en la sociedad con criterios fundamentalmente religiosos).

La religión podía ser un elemento amable que sirviera para ayudar a vivir mejor a las personas y a resolver algunos de los problemas que fueran apareciendo en la sociedad. Pero, lejos de esa situación, las religiones se están convirtiendo en una fuente de problemas, de luchas y de generación de dificultades que están acabando por hacer de ellas instrumentos discriminadores, reaccionarios, contrarios al progreso, inhumanos y, más propiamente, antihumanos.

Tiendo a pensar que esta actitud no es propia de una religión concreta, sea la que sea, sino más bien de cualquier religión, de la esencia de la religión en sí. Cada una lleva a cabo sus efectos sobre los individuos y sobre la sociedad a su manera, pero en todas ellas late, a mi juicio, ese elemento destructor de la vida humana, de la sociedad civil, de este mundo, en nombre de un hipotético nuevo mundo que todas ellas prometen.





A pesar de esta consideración negativa hacia el hecho religioso en general, no hay que perder de vista algunos personajes de algunas de las religiones particulares, que destacan por el daño concreto que están haciendo la humanidad al querer imponer en el mundo su ideología poco respetuosa y difícilmente compatible con una idea racional del ser humano. En este sentido, tenía yo interés desde hacía tiempo en analizar, siquiera brevemente, la figura del jefe de la Iglesia católica, el Papa Benedicto XVI, en su consideración civil, Joseph Alois Ratzinger, nacido en Baviera, Alemania, en 1927. Me resultaba difícil la empresa porque lo era la tarea de recopilar datos y analizarlos, pero recientemente el teólogo español Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III, de Madrid, ha realizado esta labor y lo ha hecho mucho mejor de lo que lo podría haber hecho yo. Puede encontrarse su trabajo, titulado El integrismo de Benedicto XVI, en el diario El País del 18 de abril de 2009.

Señala Tamayo que los inicios de la carrera eclesiástica de Ratzinger se caracterizaron por su diálogo con la modernidad y por su apoyo a los teólogos de la liberación, a alguno de los cuales llegó a pagarle de su propio bolsillo la realización de su tesis doctoral. De ahí, sin embargo, fue pasando paulatinamente a la postura opuesta, persiguiendo a los que antes había protegido e instalándose en una actitud contraria al diálogo con lo moderno, con lo racional, a la vez que ensayaba un proceso de escalada hacia las cimas del poder en la Iglesia.

Tres son las causas que han podido generar, a juicio de Tamayo, esta involución:

  • Una concepción pesimista del ser humano, basada en el pensamiento de San Agustín.

  • Su incomprensión de lo que supuso para la sociedad la revuelta estudiantil de mayo del 68.

  • Su miedo a asumir las consecuencias que se preveían para la sociedad derivadas del Concilio Vaticano II.

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