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miércoles, 14 de enero de 2009

Don José Robledo

Don José Robledo se puso de pie con energía, se ató bien la correa del pantalón, que debía tener dos o tres tallas más de la necesaria, se sacó del bolsillo un monedero de tacón y lo puso encima de la mesa. Manolo, el dueño y camarero y alma, junto con sus hermanas, que se encargan de la cocina, del bar Nueva Bahía, en la Isla de San Fernando, se acercó y tomó del monedero el importe del vaso de vino que don José había ido “estirando” a lo largo de la mañana mientras leía el periódico en “su” mesa.




Don José no ve bien. Realmente ve muy poco. Lleva unas gafas de las de culillo de vaso y, como herramienta de trabajo, porta una lupa con la que va leyendo el periódico y va poniéndose al tanto de lo que pasa en la ciudad y en el mundo. Posee nuestro amigo una memoria prodigiosa que le permite contar anécdotas de las que no se acuerda ya nadie.

No es la primera vez que, cuando nos acercamos a tomar un aperitivo a la Nueva Bahía antes de comer, nos encontramos allí a don José. En realidad, está siempre, pero lo que me sorprendió es que, a pesar de su casi ceguera, me hubiera visto en varias ocasiones. Una vez, al pasar por mi lado cuando iba de recogida, me lo dijo:


Yo a usted lo he visto varias veces por aquí.

Le contesté que sí y me presenté. Se alegró mucho cuando se enteró de quién era mi padre.
Hombre, ¿tú eres hijo de Manolo Casal?
Nos dimos un abrazo que a mí me resultó emocionante y que me pareció que a él también. Mi padre tenía fama de buen profesional y de persona recta entre la mayoría de la gente que lo conocía, aunque también había quien no lo tragaba y lo ponía de vuelta y media. En este caso, don José era de los partidarios, cosa que expresó a su manera.

Hay que ver lo bien que escribía tu padre. Lo que escribía tu padre no se lo leía ni el comandante.
Mi padre fue durante bastante tiempo una especie de secretario del jefe que mandaba en la dependencia militar en la que estaba destinado. Se refería don José a la confianza total que el jefe tenía en mi padre y en lo que hacía.

Lo que escribía tu padre no se atrevía a levantarlo nadie.
Yo lo escuchaba con la reverencia y el reconocimiento con que me gusta escuchar a las personas mayores y, a la vez, con unos toques de orgullo filial y con un tono marcadamente sentimental que me provocaba lo que decía don José.



No le decía yo a don José cómo van cambiando los tiempos, pero lo pensaba. Lo que mi padre escribía no se lo leía ni el comandante, pero, en cambio, yo, con este invento del blog, daría algo por que lo que escribo se lo leyera hasta el comandante.

Se paró un momento don José cerca de la puerta de salida de la Nueva Bahía. Contó que cuando él era joven, con cincuenta años de edad la gente ya era vieja, que había entonces mucha ignorancia y que eso hacía que se viviera poco y mal, pero que ahora era otra cosa, que el de ahora era otro mundo.

La charla duró poco tiempo porque, del brazo de su hijo, iba camino de su casa a dar cuenta del almuerzo correspondiente. Nos despedimos alegrándonos de habernos visto y deseándonos lo mejor.

El próximo 24 de julio de 2009 don José Robledo cumplirá 100 años.
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