jueves, 28 de junio de 2012

El último Rafael en el Museo del Prado



Puedes consultar aquí información muy interesante sobre la exposición El último Rafael, que puede verse en el Museo del Prado hasta el 16 de septiembre.

Según mi amigo Bautista 28 / 6 / 2012



Hoy celebramos TERCER CENTENARIO del nacimiento del filósofo Jean Jacques Rousseau.

lunes, 25 de junio de 2012

Una tarde en PhotoEspaña 2. Eurico Lino do Vale




Hay realidades que viven plácidamente su transcurso temporal sin que nadie lo advierta, hasta que aparece la luz. La luz convierte todo aquello sobre lo que indice en fenómeno, en apariencia, y nos permite descubrir lo que antes estaba oculto, con sus dosis de belleza y de decrepitud, con su pasado evolucionado hacia un presente y anunciando siempre un futuro incierto. La luz nos hace ver el mundo con una buena dosis de realismo, pero también con un toque de calidez que ningún otro elemento puede suministrar. Eurico Lino Do Vale abre las puertas del Palacio da Rosa, en Lisboa, del siglo XVIII, hoy propiedad del Ayuntamiento de Lisboa, para que entre la luz y capta con su cámara la visión que la luz nos regala: un edificio lujoso tal como se encuentra tres siglos después de su reconstrucción tras el terremoto de Lisboa y cinco desde que fuera diseñado.

Con las puertas abiertas a la luz aparece la belleza. Claro que hay bellezas primaverales, dotadas de formas tersas, frescas, lozanas y con toda la vida por construir. Y hay también bellezas otoñales, bien distintas de las anteriores. Aquí las formas han pasado ya por los designios irremediables e inevitables del tiempo y han dejado de ser lo que antes eran, pero, sin embargo, han adquirido con su transcurrir un poso de elegancia, un añadido sentimental y una cadencia propia del que sabe que cada momento es único y que hay que vivirlo con la calma y el sosiego que exige todo lo efímero. Lo que nos muestra el fotógrafo en la exposición es un ejemplo de belleza otoñal, del lujo, el diseño, la pintura y la arquitectura que han sido tamizados todos ellos por tres siglos de existencia.

Dice Kandinsky que la alegría de la vida reside en el triunfo irresistible y constante de lo nuevo. Ciertamente las ruinas de un palacio tienen poco que ver con lo nuevo y por eso la atmósfera que se respira en estas piezas es triste. Pero el arte de la fotografía está, entre otras cosas, en que puede dignificar la realidad captada, dotándola de nuevos valores que antes, en la visión directa, no aparecían. Es posible que el espectador obtenga de la contemplación de estas fotografías una mezcla de sosiego, de nostalgia del esplendor que se adivina, pero también del mantenimiento de lo bello. Es verdad que el tiempo triunfa siempre, pero hasta que logre su victoria final hay todavía mucho que ver.

La exposición, titulada Levantamiento Fotográfico do Palacio da Rosa, Lisboa, puede verse en la galería Oliva Arauna, en la calle Barquillo, 29, en Madrid, hasta el 21 de julio de 2012.


Según mi amigo Bautista 25 / 6 / 2012


Tal día como hoy de 2009 murió Michael Jackson.



viernes, 22 de junio de 2012

Esclavas. Exposición de Yolanda Domínguez





Se trata una vez más de que en el mundo actual se sigue queriendo ocultar al ser humano que es cada mujer. En el centro de todo el entramado estructural de nuestras sociedades está instalado el poder. Y el poder está en manos fundamentalmente de los hombres. Esta es la base desde la que surge el problema del que trata la exposición titulada “Esclavas” que nos presenta Yolanda Domínguez en la Galería Rafael Pérez Hernando, calle Orellana, nº 18, de Madrid.

El poder se ejerce siempre sobre alguien. Puede ser que por motivos circunstanciales, que pueden ser económicos, políticos, sociales o de cualquier otro tipo, alguien caiga dentro de uno de los ámbitos del poder y tenga allí que soportarlo. Pero a determinados hombres, que hacen del poder, sea éste poco o mucho, el eje de sus vidas, les interesa tener bajo su mando a personas, no por meras causas circunstanciales, sino estructurales. Necesitan dominar a seres que, al exclusivo juicio de estos poderosos, posean una estructura tal que no puedan alcanzar el estatus que ellos ocupan. Y en este ámbito estructural y como consecuencia de la ideología machista que profesan, colocan a las mujeres. A estos hombres que viven del poder les interesa profesar la idea de que cualquier mujer, por el mero hecho de ser mujer, debe ejercer unas funciones en la sociedad distintas de las que llevan a cabo ellos. Así, a la mujer le corresponde ser femenina, esto es, dulce, obediente, sumisa y bella, entre otras atribuciones de índole igualmente secundaria, de la misma manera que ellos creen haber sido destinados a desarrollar funciones masculinas, siempre relacionadas con el mando, la fortaleza, la libertad y la superioridad.

Esta maniobra interesada de los hombres de poder establece en la sociedad una peculiar distribución funcional. A cada uno de los sexos los machistas asocian un género, con la particularidad de que el género femenino, constituido por las funciones asociadas a las mujeres, siempre es inferior y dependiente de los hombres, que son los llamados a poner en práctica las funciones propias del género masculino. De esta manera, el sexo, a través del género, se convierte en el último criterio de estructuración social.







Es evidente el interés que el hombre machista tiene cuando pone en práctica esta maniobra, porque ella le permite tener a su disposición una mujer obediente que le proporciona mano de obra gratuita en la casa, la satisfacción de las necesidades cotidianas y el recurso a una fuente siempre disponible de placer sexual. Y resulta también evidente el prejuicio del que se deriva toda esta organización social machista: el de la supuesta (y jamás comprobada) superioridad de los hombres sobre las mujeres.

Hay culturas en las que el poder sobre la mujer se ejerce de una manera dura y cruel, con prohibiciones brutales y con ritos que un mínimo sentido de lo humano condenarían. Recordemos, por citar sólo dos ejemplos, a las mujeres de las tribus de los patanes, en Pakistán, que no pueden salir a hacer sus necesidades fisiológicas fuera de la casa, como sí hacen los hombres, mientras no se haga de noche, para que nadie las vea, sufriendo enfermedades renales derivadas del simple capricho masculino; o a las de la tribu de los danis, en el valle de Baliem, en Papúa Nueva Guinea, que deben soportar la amputación de alguna falange de sus dedos cuando muere un familiar varón.

Sin embargo, hay costumbres menos cruentas, más sutiles, pero igualmente eficaces para ejercer el dominio sobre la mujer. Son las que afectan a la vestimenta de las mujeres, como es el caso del burka, que los talibán impusieron como obligatorio a las mujeres en Afganistán. La vestimenta, en general, siempre conlleva una fuerte carga simbólica. Cuando el hombre machista considera que la mujer no es un ser humano, sino un objeto de su propiedad, del que puede gozar a su antojo, y no quiere que ningún otro hombre pueda contemplar eso que es suyo, entonces la tapa sin piedad con telas que van desde el pañuelo hasta el chador, el niqab o el burka. Si la mujer que va dentro de esa cárcel de tela, sufre, tropieza, padece enfermedades por no recibir la luz del sol o termina perdiendo la visión, eso no le importa al machista, porque para él la mujer no es más que un ser inferior, utilizable para sus intereses y sustituible por otra en el caso de que se convierta en inservible.







Es verdad que en nuestra cultura solemos ser muy críticos con el uso del burka. Sin embargo, no nos damos cuenta de que en nuestro entorno vital practicamos otra manera de hacer desaparecer a la mujer como tal, de presentarla no como una persona, sino como una cosa que cumple las funciones que al machista le interesan. Este es el planteamiento de la exposición de Yolanda Domínguez.

Con la misma tela con la que están confeccionados los burkas y en colaboración con Sara Ostos como diseñadora, se presentan prendas femeninas occidentales cargadas de erotismo, de sensualidad e, incluso, alguien diría que de glamour. Tangas, corsés, pezoneras o vestidos más o menos livianos y sugerentes parecen indicar una condena al burka, del que se exhibe también en la muestra un ejemplar auténtico. Sin embargo, la propuesta no acaba en esta crítica, porque la mujer que puede vestir ropas similares a las que se presentan en la muestra sufre en su ser un tipo parecido de esclavitud, aparentemente más llevadero, pero igualmente despersonalizante. La mujer occidental es también víctima del machismo desde el momento en que acepta en su vestimenta los criterios que le impone el hombre. Si al hombre machista le interesa que la mujer se destape y ésta no tiene otro criterio mejor que oponer, se destapará. Por un supuesto amor, por protección, por economía o por rutina, la mujer que asume el criterio machista termina por obedecer “a la manera occidental” a las llamadas desde el poder de los hombres. Es muy significativo que uno de los temas en los que puede vislumbrarse la presencia de un maltratador en nuestra sociedad es el control que suele hacer sobre la forma de vestir de su pareja. Y la mujer puede llegar a tener tan asumido el gusto y la exigencia de los hombres en sus ropas, que encuentra normal taparse o destaparse aunque ningún hombre concreto se lo pida.

Hay dos maneras de impedir que una mujer viva como una mujer, esto es, como una persona que es mujer. Una, tapándola para que nadie vea que debajo de esas telas va una mujer y para que ella misma no pueda sentirse como tal. Otra, destapándola para que luzca a los ojos de todos, no como un ser humano, como una persona, sino como un objeto de deseo y de complacencia, como una propiedad privada que se exhibe con orgullo por su dueño. Mientras los hombres machistas no aprendan a vivir como seres humanos y mientras las mujeres no reaccionen y dejen de hacerse cómplices de una ideología que las reduce a la condición de esclavas del macho, aquí seguiremos pensando equivocadamente que el método de tortura en la vestimenta de la mujer es el burka y no lo que se ha asumido como normal en nuestro entorno. Mientras hombres y mujeres no sean capaces de comprender y de vivir la igualdad real, la sociedad seguirá siendo machista y las mujeres, las víctimas de los hombres. La brillante exposición de Yolanda Domínguez es un espejo en el que deberían mirarse las mujeres de cualquier cultura y de cualquier sociedad.