Mostrando entradas con la etiqueta Yolanda Domínguez. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Yolanda Domínguez. Mostrar todas las entradas

viernes, 8 de marzo de 2024

Mujeres al descubierto. Yolanda Domínguez, activista y fotógrafa

 



Yolanda Domínguez (1977) es una artista visual, fotógrafa y activista española. Desarrolla temas de conciencia feminista y crítica social relacionados con el género, el consumo y el arte como herramienta social.

Tienes más información aquí.







Tienes que llegar a ser lo que quieras ser.

lunes, 25 de enero de 2021

¿Quiénes son y qué hicieron las mujeres del mural que el Ayuntamiento de Madrid pretende borrar?




 Pongo aquí el enlace al artículo que Yolanda Domínguez ha publicado en el Huffpost. Es conveniente que conozcamos cuáles son los valores que el Ayuntamiento de Madrid, gobernado por PP y Ciudadanos, con el apoyo de VOX, pretende eliminar.

Puedes leerlo pulsando aquí.

viernes, 22 de junio de 2012

Esclavas. Exposición de Yolanda Domínguez





Se trata una vez más de que en el mundo actual se sigue queriendo ocultar al ser humano que es cada mujer. En el centro de todo el entramado estructural de nuestras sociedades está instalado el poder. Y el poder está en manos fundamentalmente de los hombres. Esta es la base desde la que surge el problema del que trata la exposición titulada “Esclavas” que nos presenta Yolanda Domínguez en la Galería Rafael Pérez Hernando, calle Orellana, nº 18, de Madrid.

El poder se ejerce siempre sobre alguien. Puede ser que por motivos circunstanciales, que pueden ser económicos, políticos, sociales o de cualquier otro tipo, alguien caiga dentro de uno de los ámbitos del poder y tenga allí que soportarlo. Pero a determinados hombres, que hacen del poder, sea éste poco o mucho, el eje de sus vidas, les interesa tener bajo su mando a personas, no por meras causas circunstanciales, sino estructurales. Necesitan dominar a seres que, al exclusivo juicio de estos poderosos, posean una estructura tal que no puedan alcanzar el estatus que ellos ocupan. Y en este ámbito estructural y como consecuencia de la ideología machista que profesan, colocan a las mujeres. A estos hombres que viven del poder les interesa profesar la idea de que cualquier mujer, por el mero hecho de ser mujer, debe ejercer unas funciones en la sociedad distintas de las que llevan a cabo ellos. Así, a la mujer le corresponde ser femenina, esto es, dulce, obediente, sumisa y bella, entre otras atribuciones de índole igualmente secundaria, de la misma manera que ellos creen haber sido destinados a desarrollar funciones masculinas, siempre relacionadas con el mando, la fortaleza, la libertad y la superioridad.

Esta maniobra interesada de los hombres de poder establece en la sociedad una peculiar distribución funcional. A cada uno de los sexos los machistas asocian un género, con la particularidad de que el género femenino, constituido por las funciones asociadas a las mujeres, siempre es inferior y dependiente de los hombres, que son los llamados a poner en práctica las funciones propias del género masculino. De esta manera, el sexo, a través del género, se convierte en el último criterio de estructuración social.







Es evidente el interés que el hombre machista tiene cuando pone en práctica esta maniobra, porque ella le permite tener a su disposición una mujer obediente que le proporciona mano de obra gratuita en la casa, la satisfacción de las necesidades cotidianas y el recurso a una fuente siempre disponible de placer sexual. Y resulta también evidente el prejuicio del que se deriva toda esta organización social machista: el de la supuesta (y jamás comprobada) superioridad de los hombres sobre las mujeres.

Hay culturas en las que el poder sobre la mujer se ejerce de una manera dura y cruel, con prohibiciones brutales y con ritos que un mínimo sentido de lo humano condenarían. Recordemos, por citar sólo dos ejemplos, a las mujeres de las tribus de los patanes, en Pakistán, que no pueden salir a hacer sus necesidades fisiológicas fuera de la casa, como sí hacen los hombres, mientras no se haga de noche, para que nadie las vea, sufriendo enfermedades renales derivadas del simple capricho masculino; o a las de la tribu de los danis, en el valle de Baliem, en Papúa Nueva Guinea, que deben soportar la amputación de alguna falange de sus dedos cuando muere un familiar varón.

Sin embargo, hay costumbres menos cruentas, más sutiles, pero igualmente eficaces para ejercer el dominio sobre la mujer. Son las que afectan a la vestimenta de las mujeres, como es el caso del burka, que los talibán impusieron como obligatorio a las mujeres en Afganistán. La vestimenta, en general, siempre conlleva una fuerte carga simbólica. Cuando el hombre machista considera que la mujer no es un ser humano, sino un objeto de su propiedad, del que puede gozar a su antojo, y no quiere que ningún otro hombre pueda contemplar eso que es suyo, entonces la tapa sin piedad con telas que van desde el pañuelo hasta el chador, el niqab o el burka. Si la mujer que va dentro de esa cárcel de tela, sufre, tropieza, padece enfermedades por no recibir la luz del sol o termina perdiendo la visión, eso no le importa al machista, porque para él la mujer no es más que un ser inferior, utilizable para sus intereses y sustituible por otra en el caso de que se convierta en inservible.







Es verdad que en nuestra cultura solemos ser muy críticos con el uso del burka. Sin embargo, no nos damos cuenta de que en nuestro entorno vital practicamos otra manera de hacer desaparecer a la mujer como tal, de presentarla no como una persona, sino como una cosa que cumple las funciones que al machista le interesan. Este es el planteamiento de la exposición de Yolanda Domínguez.

Con la misma tela con la que están confeccionados los burkas y en colaboración con Sara Ostos como diseñadora, se presentan prendas femeninas occidentales cargadas de erotismo, de sensualidad e, incluso, alguien diría que de glamour. Tangas, corsés, pezoneras o vestidos más o menos livianos y sugerentes parecen indicar una condena al burka, del que se exhibe también en la muestra un ejemplar auténtico. Sin embargo, la propuesta no acaba en esta crítica, porque la mujer que puede vestir ropas similares a las que se presentan en la muestra sufre en su ser un tipo parecido de esclavitud, aparentemente más llevadero, pero igualmente despersonalizante. La mujer occidental es también víctima del machismo desde el momento en que acepta en su vestimenta los criterios que le impone el hombre. Si al hombre machista le interesa que la mujer se destape y ésta no tiene otro criterio mejor que oponer, se destapará. Por un supuesto amor, por protección, por economía o por rutina, la mujer que asume el criterio machista termina por obedecer “a la manera occidental” a las llamadas desde el poder de los hombres. Es muy significativo que uno de los temas en los que puede vislumbrarse la presencia de un maltratador en nuestra sociedad es el control que suele hacer sobre la forma de vestir de su pareja. Y la mujer puede llegar a tener tan asumido el gusto y la exigencia de los hombres en sus ropas, que encuentra normal taparse o destaparse aunque ningún hombre concreto se lo pida.

Hay dos maneras de impedir que una mujer viva como una mujer, esto es, como una persona que es mujer. Una, tapándola para que nadie vea que debajo de esas telas va una mujer y para que ella misma no pueda sentirse como tal. Otra, destapándola para que luzca a los ojos de todos, no como un ser humano, como una persona, sino como un objeto de deseo y de complacencia, como una propiedad privada que se exhibe con orgullo por su dueño. Mientras los hombres machistas no aprendan a vivir como seres humanos y mientras las mujeres no reaccionen y dejen de hacerse cómplices de una ideología que las reduce a la condición de esclavas del macho, aquí seguiremos pensando equivocadamente que el método de tortura en la vestimenta de la mujer es el burka y no lo que se ha asumido como normal en nuestro entorno. Mientras hombres y mujeres no sean capaces de comprender y de vivir la igualdad real, la sociedad seguirá siendo machista y las mujeres, las víctimas de los hombres. La brillante exposición de Yolanda Domínguez es un espejo en el que deberían mirarse las mujeres de cualquier cultura y de cualquier sociedad.





   










miércoles, 20 de junio de 2012

Yolanda Domínguez en PhotoEspaña: Preludios




Cada artista expresa lo que vive, aquella parte de su experiencia que le resulta relevante y que considera merecedora de ser comunicada a los demás. Esta experiencia vital del artista puede ocupar un espacio significativo más bien cercano a su mundo intelectual, en cuyo caso su obra es muy posible que resulte un tanto críptica u oscura, con un contenido muy personal y propio del artista. Por el contrario, cabe suponer que la referencia de la obra de arte se encuentre más en los alrededores de lo que le ocurre a un buen número de ciudadanos y probablemente en estas circunstancias pueda ser más fácilmente comprendida por estos, con lo que la experiencia comunicativa pretendida por el artista será, sin duda, más feliz.

Este último me parece que es el caso de Yolanda Domínguez en toda su obra y, en particular, en su última propuesta para PhotoEspaña, la titulada Preludios, que puede contemplarse en la Galería Rafael Pérez Hernando, de Madrid, hasta el 27 de julio. La artista, sin renunciar, ni mucho menos, a la dimensión sugerente, simbólica, provocadora e interpretable que toda obra de arte tiene, presenta una temática cercana, o que, al menos, debería serlo, al espectador.

La serie, como decimos, se denomina Preludios. La lógica pregunta subsiguiente es: preludios ¿de qué? Veamos. Que sean fotografías, todas ellas pigmentadas en rosa, sobre temas domésticos y tomadas en una casa de muñecas son indicios suficientes para concluir que se refieren a la mujer. Con más concreción, se trata de plasmar las funciones que el ideario tradicional ha atribuido a las mujeres dando lugar a lo que socialmente se conoce como género femenino.


Aparecen así un conjunto de paisajes domésticos en los que figuran muebles, ventanas, atuendos de mujeres y enseres que podemos encontrar en cualquier hogar. En todos ellos parece latir algún elemento inquietante que sirve para que nos adentremos en el mundo real de la mujer. No encontramos en ellas ningún ser humano y, sin embargo, su enorme poder sugerente nos hace adivinar presencias ausentes, pasados hechos presentes, futuros adelantados, temores invisibles, esclavitudes sin cadenas, rutinas asumidas o incluso violencias que pueden avecinarse. Una mujer sin rostro y sin cuerpo parece estar siempre presente, sin verse, en todas las fotografías.

La iconografía de Yolanda Domínguez es, no obstante, sencilla y hasta podría parecer un tanto ingenua. No encontramos en ella a primera vista elementos que la conviertan en una suerte de denuncia o de crítica en algún sentido. Pero puede detectarse pronto un enorme poder evocador, sugerente, en cuyo caso las fotografías se convierten en vehículos con capacidad para enlazar las situaciones que se relatan con otras que encontramos en la vida diaria. La limpieza, el sexo, la belleza, la figura de la madre o la comida son algunos de los asuntos que se muestran y justamente la ausencia de personas hace que las situaciones que se adivinan se puedan generalizar y permitan una lectura más teórica y más desligada de situaciones demasiado concretas. Estas situaciones presentes en la serie se asocian con frecuencia con funciones femeninas, con tareas que, sin que medie ninguna justificación razonable, la sociedad atribuye a las mujeres. Pero ¿qué ocurre después de que la mujer emplee su vida en el desarrollo de esas funciones femeninas? Lo que se entiende como femenino ¿humaniza más a la mujer o la reduce a un ser obediente? ¿Cuál es el precio que paga la mujer por estar siempre bella, dulce y dispuesta? ¿Tienen sentido las horas de trabajo doméstico sin remuneración, los sacrificios por mantener una estética femenina? ¿Qué razón hay para mantener la discriminación por razón de sexo? Estos son algunos de los asuntos vitales que la propuesta de Yolanda Domínguez podría sugerir con sus Preludios. Lo que hay más allá de estas fotografías, lo que puede que sugieran es que todavía en nuestras sociedades las mujeres tienen que revisar sus papeles, si quieren recuperar su libertad y su humanidad.

sábado, 9 de junio de 2012

Una tarde en PhotoEspaña 1


Tras asistir el martes a la inauguración de Preludios, la serie que Yolanda Domínguez presenta para el Festival Off de PhotoEspaña en la Galería Rafael Pérez Hernando, decidimos dedicarle una primera tarde a contemplar algunas de las exposiciones que el llamado XV Festival Internacional de Fotografía y Artes Visuales presenta en Madrid del 6 de junio al 27 de julio de 2012.




Comenzamos por visitar la muestra que se exhibe en Loewe, en la magnífica tienda situada en la Gran Vía, número 8, que diseñara en 1939 Ferrer Bartolomé. Se muestran aquí, por primera vez en España, fotografías de Scott Schuman, uno de los fotógrafos más de moda en la actualidad. En su blog The Sartorialist incluye fotografías de gente con estilo, con una peculiaridad individual que la distingue del resto de los de su entorno, algunas de las cuales forman el conjunto que podemos observar en Loewe. Su estética es muy colorista, sus modelos muestran una gran elegancia y suelen ser personas de la calle. La obra de Schuman se encuentra, entre otros lugares, en el Victoria & Albert Museum y en el Tokyo Metropolitan Museum of Photography.


La segunda parada fue en la galería de Oliva Arauna. La exposición correspondiente a PhotoEspaña no se inaugurará hasta el 16 de junio y será una muestra del artista portugués Eurico Lino do Vale. Mientras tanto y hasta el sábado 9 hay una preciosa exposición de Concha Prada titulada El cuento de la lechera. La autora ha desarrollado un trabajo ímprobo a lo largo de dos años para lograr una instantaneidad que muchas veces parece atentar contra las leyes de la física y de la lógica. La pregunta que surge ante la visión de estas fotografías es siempre ¿pero cómo es posible? Es la primera vez que la fotógrafa incluye cuerpos humanos en sus obras y lo hace como un elemento más de la propuesta dinámica que nos ofrece, relacionada con un mundo de ensueños y de frustraciones que nos impiden ver la realidad. Siempre sobre fondos negros, Concha Prada sitúa los movimientos de un ser humano en posturas acrobáticas y de un cubo lleno de leche que se desparrama y que genera escenas de una belleza plástica indudable.



Los fondos negros sobre los que Concha Prada sitúa su obra podrían servir de nexo de unión con la tercera visita de la tarde, esta vez a la muestra de Pierre Gonnord en la galería Juana de Aizpuru, en la calle Barquillo, 44 titulada Territoires. Gonnord es Gonnord y sus retratos alcanzan unas cotas de belleza difícilmente igualables. Con un esquema de iluminación siempre muy similar y con unos modelos muy preparados para el acto fotográfico, Gonnord nos deleita con unos retratos de señores, señoras, niños y niñas, a los que eleva a la condición de personajes eternos con una estética cercana a la pintura barroca. Pierre Gonnord, fotógrafo francés afincado en España, provoca la admiración del espectador que difícilmente quedará indiferente ante su obra.


La última etapa fue en la galería Elvira González, en donde la fotógrafa alemana Uta Barth, usando el color blanco como base de su obra, muestra las atmósferas posibles en un ámbito doméstico en donde la luz es la protagonista. La calidez y la calidad de su obra están muy bien contextualizadas en la galería, que aparece como el lugar idóneo para la contemplación de esta exposición.

No es conveniente abrumar la sensibilidad con excesivas experiencias similares, por lo que decidimos terminar la tarde cambiando un poco de registro. Fuimos a ver La loba, la obra de Lillian Helmman que pone magistralmente en escena Nuria Espert al frente de un estupendo grupo de actores. Tuve la suerte de contemplar a la actriz desde la primera fila: su mirada penetrante, su boca que hablaba incluso sin pronunciar palabra alguna, su dicción perfecta y su desenvolvimiento por el escenario para llenar completamente la escena con su presencia. Una gozada de mucho altura.