Supongo que ya te habrás dado cuenta,
pero andamos aquí alimentando ricos. Esto es, en el fondo, lo único
que hacemos: engordar carteras de golfos sin escrúpulos, de
codiciosos sin límites y de vividores a costa de la vida de los
demás. Pero no están por ahí, en la negra lejanía. A muchos de
ellos los tenemos por aquí, a la vista de cualquiera. Son estos
neoliberales, mentirosos, privatizadores, negociantes, embaucadores y
fascistas. Se entretienen en quitar a los demás sus libertades, sus
derechos y todo lo que haga falta, porque saben que cuanto peor sean
las vidas de los demás, más los necesitarán y más agrandarán su
botín. No sé hasta dónde van a llegar en este destrozo social,
pero yo de ellos no estaría nada tranquilo. La racionalidad puede
entenderse, pero la chulería, la mentira y la maldad generan unas
heridas que difícilmente cicatrizan.
Sé que estas cosas no son agradables,
pero en algún momento hay que hablarlas. Creo que es bueno ser
conscientes de que hay muchas, pero muchas, personas que duermen en
la calle, que no tienen nada que llevarse a la boca, que el médico
es un lujo y que, mientras, estos mal nacidos viven como dioses.
No sé qué se debe hacer, pero estos
tipos no pueden seguir más en el poder. Quienes se empeñan en
difundir que todos los políticos son iguales y que lo que logran,
sabiéndolo o no, es una desmoralización de la ciudadanía deberían
pensar que todo eso lo único que genera es abstención, con la
consiguiente victoria de los interesados en mantener sus privilegios.
Nunca he entendido la estrategia ingenua de ir contra los partidos
desde la calle, en lugar de intentar mejorarlos desde dentro. No creo
que una democracia moderna se pueda construir así, si se quiere que
sea eficaz.
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