Me gustaría, por si sirve para
deshacer algún posible malentendido, intentar aclarar aquí qué es
lo que se entiende por tolerancia.
Ser tolerante consiste en permitir y
respetar las ideas, las creencias y los hechos de los demás, aunque
sean diferentes a los que uno mismo tiene. Es lo más alejado a
querer imponer a los demás la propia manera de entender la vida.
Quien pretende esto último se dice que es un intolerante.
La tolerancia es una virtud democrática
de mucho valor humano, pero tiene unos límites claros: no todo debe
ser tolerado. Si una persona defiende la conveniencia de matar a los
que piensan de otra manera o de tratar a las mujeres como seres inferiores, no se le
deben tolerar esas actuaciones. ¿Dónde está el límite de lo que se debe tolerar? En la
Declaración Universal de los Derechos Humanos. Dentro del marco en
donde se respeten los Derechos Humanos, todo debe ser tolerado, pero
ante todo aquello que viole tales derechos, hay que mostrar la más
firme intolerancia o, con denominación más actual, una tolerancia
cero.
Los Derechos Humanos marcan, pues, los
límites dentro de los cuales es posible una vida humana y éticamente
admisible. Hay, sin embargo, en nuestra sociedad una tendencia, cada
vez más fuerte, que reclama tolerancia para todo lo que favorezca
los intereses de los defensores de esa tendencia. Esa forma de pensar
es la que se denomina neoliberalismo, para el que no hay límites en
la actuación humana, ni en lo económico ni en lo social. Su lema es el ya sabido 'Todo vale', en nombre
del cual prácticamente cualquier actuación está permitida. Se
puede explotar salvajemente al obrero, se pueden suprimir derechos,
se puede molestar a los ciudadanos, se pueden hacer leyes que vayan
en contra de las personas o se pueden hacer guerras al margen de los
organismos internacionales.
Este 'Todo vale', este todo debe ser
tolerado cala también en los comportamientos habituales de las
personas, quienes, a fuerza de no recibir una educación que las
convierta en ciudadanos libres y responsables, van perdiendo la
noción de respeto, de la vida como el lugar en el que debemos caber
todos, de la conveniencia de no molestar. Frente al carácter social
de la vida, que se manifiesta desde los primeros hasta los últimos
momentos de la existencia, estas personas imponen un individualismo
egoísta, sin que importe nada que no sea el hacer en cada momento lo
que les apetece.
Si se observa la vida en cualquier
lugar de la ciudad, comprobaremos enseguida cómo hay seres humanos
que van haciendo ruidos innecesarios y molestos, que tratan a los
demás como si fueran basura, que ni se les ocurre pensar que en los
lugares públicos todos -no sólo ellos- tienen derecho a hacer lo
que quieran, pero sin interferir en la vida de los demás. Es un
estilo de vida salvaje, en donde vence el que grita más, el que más
tiene o el primero que llega, pero en donde lo humano brilla por su
ausencia. El uso de los espacios públicos -o sea, de todos- como si
fueran privados es un ejemplo cada vez más abundante de esta
mentalidad.
No hace mucho viajaba yo en tren y tuve
-tuvimos- que soportar durante todo el viaje a tres individuos que no
pararon de hablar a voces, como si el coche fuera el salón de su
propia casa. Nadie pudo dormir, ni leer ni estar a gusto porque estos
tres seres imponían su capricho a costa de los derechos de los
demás. Sólo pudimos estar tranquilos mientras estas tres personas,
incumpliendo lo que les decían por el altavoz y yendo en contra de
la propia lógica, se bajaban del tren en las cortísimas paradas
para fumar. El día anterior tuvimos que irnos de un bar, en donde se
había instalado un grupo de personas que gritaban como energúmenos
y que se reían haciendo tal ruido que era francamente molesto
permanecer allí.
Me llamaron intolerante por decir lo
anterior, pero creo que estos comportamientos maleducados, impropios
de un mundo humano, no deben ser tolerados. Nada de lo que sirva para
que en el mundo sólo quepan unos pocos debe ser tolerado. Todo lo
que escape del marco en donde se respeten a todas las personas debe
ser objeto de nuestra intolerancia.
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