Ayer, Eunice, una camarera de un bar de
Madrid, probablemente una de las personas con más tiempo de sonrisa
en la cara por minuto, me sirvió unos vinos, pero de manera que me
hizo la vida más agradable.
Hoy, Mohamed, el frutero, me despachó
la fruta y procuraba con sus gestos hacerme la vida más agradable.
El otro día una médica me atendió
intentando hacerme la vida más agradable.
Creo que no es tan difícil hacerle a
los otros la vida más agradable. Se trata de no mirarse a sí
mismos, sino de dirigir la mirada y la intención a las personas con
quienes nos relacionamos. Un poco de delicadeza, una sonrisa, un
gesto cariñoso son, la mayor parte de las veces, suficientes. Quizá
sólo haya que proponérselo. Nos llevaremos, además, la agradable
sorpresa de que, sin quererlo, la vida también se nos hace a
nosotros más agradable. Te invito a que lo intentemos mañana.
Mientras tanto, hoy, cuando llegue la
hora de adentrarse en el plácido mundo del sueño, siéntete a gusto
contigo. Olvida los malos ratos, las malas gentes, todo lo
desagradable que la libertad humana haya dado de sí hoy. Quédate
con lo que te llevarías de viaje en la memoria. A lo mejor es sólo
una pequeña cosa, pero seguramente que es suficiente. Y, antes de
darte la vuelta, quiérenos. Buenas noches.
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