Es posible que pienses que no todas las
manos son bonitas. Seguramente tengas razón, sobre todo, si no te lo
parecen a ti. Pero las manos no son sólo un trozo de tu cuerpo con
unos dedos más o menos finos, más o menos cuidados. Las manos son
un vehículo de expresión y el lugar en donde se concentran huellas
de vida que no se pueden perder de vista. La vida no hay que
conservarla, sino que hay que gastarla. Es inútil conservar algo que
es efímero y que en cualquier momento se puede venir abajo. La vida
deja su estela, entre otros lugares, en las manos. Por eso hay que
cuidarse las manos. Porque tus manos son tuyas, pero con ellas tocas,
acaricias o pides ayuda a los demás, y esa es razón suficiente para
que nos las cuidemos. No me digas que no son bellas esas manos que te
acarician y te dan cariño. No te oiré decir que no has gozado
tomándole la mano a una persona a la que quieres y sintiendo su
calor, o su frío, o el carácter de su piel. Cuando has entrelazado
tus dedos con los de una persona querida, no te habrás parado a
pensar si tiene los dedos finos o gruesos, sino que te habrás
estremecido sintiendo lo que esa mano amiga te decía y habrás
emitido tú, a tu vez, un mensaje sin palabras sobre esos dedos que
no mirabas. Es posible que le hayas dado la mano a alguien y, en ese
apretón, hayas sentido el afecto de esa persona concentrado en su
mano. Y, cómo no, también habrás visto esas manos proporcionadas,
bien cuidadas, que merecen que te dediques a fotografiarlas. O esas
manos gesticulantes, que hablan por sí solas, que acompañan las
palabras en una envoltura de pasión, de expresividad. Las manos
están muchas veces para pedir, pero sobre todo están para dar, para
que te des.
Relájate lo mejor que puedas cuando
vayas a abandonar la conciencia para dormirla en el reino del sueño.
Y sé libre con tus manos. Date con ellas a tus personas queridas.
Diles con ellas todo lo que te salga de dentro. Buenas noches.
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