Las alegrías pasan una detrás de
otra, sin tiempo para entrar en contacto entre sí. Las penas, en
cambio, parece que se quedan a conocerse, a hacerse fuerte entre
ellas y a anidar allá donde se encuentren. Las alegrías vienen y
cumplen su función con sólo su llegada. Las penas, en cambio,
parece que nunca terminan de dejar su mensaje y nos exigen un
esfuerzo tremendo para intentar que se vayan. Quizás la clave esté
en hacerles mucho más caso a las alegrías que a las penas, justo al
revés de lo que solemos hacer. Porque las penas exigen tu atención
y, si no la tienen, se aburren y se marchitan. Y lo que peor les
sienta es que descanses. Te invito a que hoy no te fijes en las
penas, que te instales una sonrisa en los labios y que te eches a
vivir. Buenos días.
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