Hemos vivido en una sociedad en la que, durante décadas, la norma social y económica que estructuraba la vida de muchas mujeres era el matrimonio. Se aseguraban así la pervivencia económica, que aportaba el marido, el reconocimiento social y la vía principal para tener hijos sin enfrentarse a una sociedad que despreciaba a las mujeres que ejercían su derecho a la maternidad sin hombre al lado. Hasta hace poco había mujeres desprestigiadas y peyorativamente llamadas “madres solteras”, lo que las convertía en personas malmiradas, como si fuera un acto aberrante tener un hijo sin colaboración masculina más allá de la concepción. Es posible que en algunos reductos sociales sigan existiendo estos conceptos arcaicos de la maternidad...
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