Se puede ser de derechas, aunque, desde
mi punto de vista, no se debe, porque se trituran valores tan
importantes como el de la igualdad. Pero lo que no se puede es ser de
la ultraderecha. El ultra es chulo, terco, pone la ideología, los sentimientos y
los deseos por encima de la razón y de las personas, es escasamente autocrítico, sólo
ve sus propios intereses, no tiene intención de dialogar, sino, a lo
sumo, de defender lo que piensa, le puede su afán de imponer sus
ideas, se ríe con frecuencia a quien no piensa como
él y lo descalifica, suele confundir al adversario con un enemigo, no atiende las
necesidades de los ciudadanos, sino sólo las suyas y las de los
suyos, le importa poco lo que les pase a las personas y vive haciendo
una cerrada defensa del negocio por encima de cualquier otra cosa.
En España no hay partidos
significativos de ultraderecha. Como ya se sabe desde hace mucho
tiempo, la mayoría de la ultraderecha está dentro del PP y dentro
del Gobierno.