Sin escuchar no se crece, sino que se envejece antes de tiempo. Y hoy no escucha casi nadie. Hay quienes creen que ya tienen la verdad y no toleran que alguien ose contarte algo, como si creyera que no te lo sabes ya. A otros, simplemente, no les interesa saber, porque sus deseos están en otros asuntos mucho más placenteros y, sobre todo, más sensibles y cercanos en el tiempo. Y a muchos no les interesa nada el Otro, la persona que habla, quien quiere decir o preguntar algo. Es el individualismo hueco en el que se cae con tanta facilidad.
Si lo piensas, no escuchar acarrea dos consecuencias: una, la ignorancia de quien no escucha, y, otra, la soledad de quien ya ha dejado de hablar para no ser interrumpido toscamente, insolentemente, viejunamente.
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