viernes, 1 de julio de 2011

jueves, 30 de junio de 2011

Y cerré la puerta.


Vino al día siguiente de haberse entregado los boletines de notas a los alumnos. Su hijo no había recogido el suyo y le había dicho que había suspendido seis asignaturas. Estaba un tanto angustiada. Se le notaba sobre todo en la voz que salía por el hueco que dejaba una chilaba verde claro hasta los pies y un pañuelo de un color muy parecido que le cubría la cabeza y el cuello. Le enseñé el boletín y su hijo había suspendido siete, no seis. Mohamed es un tipo con capacidad, pero que está bloqueado y no estudia prácticamente nada. Fátima, su madre, no sabe qué hacer con él. Quiere que estudie, pero no lo consigue. El marido de Fátima está muy enfermo en el hospital. Si le dan el alta, a los dos días tiene que ser ingresado de nuevo. Está muy mal. A Fátima se le saltaron las lágrimas por primera vez contándome esto. Ella atiende como puede a su marido y a su hijo. A uno lo asiste en el hospital y al otro le hace la comida y le lava la ropa y anda del hospital a su casa y de su casa al hospital un día y otro y ya no puede más. Va por la calle como ida, porque duerme mal y está cansada y no se siente bien, pero no quiere ir al médico por miedo a que no pueda entonces atender a sus hombres. A Fátima le rebosaron de nuevo por los ojos unos gruesos lagrimones y no pude mantenerme ajeno del todo a su vivencia. Le duele la espalda, tiene los tobillos hinchados, le duele la cabeza y está muy cansada, pero teme ir al médico. A su hijo procura comprarle lo que necesita buscando el dinero de donde sea para evitar que haga lo que no debe. Le recomiendo que no lo mime tanto, para que aprenda que la vida no es fácil y que no hay nada que sea gratis. Le pido que le diga a su hijo que venga a verme al día siguiente y le aseguro que intentaré hablar claro con él. Le insisto en que vaya al médico, que se cuide. En la antesala de la despedida, pongo mucho interés en decirle que todos somos iguales y que tanto derecho tiene su marido a curarse como ella a sentirse bien. Me mira con una sonrisa tierna que quiere decir que está de acuerdo, pero que en su caso eso no es así y que le ha tocado una vida dura y difícil. Estoy seguro de que lo interpretó así porque de su sonrisa salieron nuevas lágrimas, mezcla de pena y de cansancio, de un cansancio que me pareció brutal. No sé si me salté el protocolo que le impone su cultura, pero le di la mano como despidiéndome y se la apreté todo lo que me pareció y todo el tiempo que me sugirió el alma. Le di una sonrisa y se fue al hospital a ver al marido.

Desde entonces estuve esperando al hijo. Hoy, mi último día en el Instituto, lo esperé hasta última hora. No vino. Así que baje la persiana. La habitación que había sido mi refugio creativo, mi lugar de trabajo durante más de veinte años, quedó a oscuras, inundada por la penumbra. Ya no había nada que explicar, los recuerdos serían ahora estériles, así que no miré atrás. Giré el pestillo que impediría que luego se pudiera abrir la puerta y la cerré. Saqué las gafas de sol y me las puse. Respiré hondo. Bajé las escaleras. Dejé las llaves en la conserjería y me despedí de los que estaban allí. No tenía nada que decir. No eran momentos para las palabras. Se trataba de mirar al frente, de seguir adelante, de no fijarse en las estelas en el mar.

Salí de allí y desde ese mismo instante entré aquí.


miércoles, 29 de junio de 2011

Palabras




Su acción acababa cuando terminaban sus palabras.  La pequeña vela que iluminaba su mundo se apagaba cuando dejaba de hablar. La esperanza se desvanecía y las sombras se alargaban bruscamente cuesta abajo y se convertían irremisiblemente en oscuridad.

Wayne Shorter


martes, 28 de junio de 2011

Democracia irreal



Creo que en este país habría que dejar bien clara una cuestión, no sólo de límites, sino también de procedimientos. Parece ser que unos señores, que son obispos de la Iglesia católica, cada vez que les conviene, se autorizan a sí mismos, con argumentos que les convencen también a ellos mismos, a inmiscuirse en las leyes que democráticamente se dan todos los españoles, a opinar sobre la misma y, sobre todo, a generar una campaña episcopal en contra de ella. Véase, por ejemplo, el caso de la ley de muerte digna. La Iglesia, al parecer de estos señores, puede opinar sobre la sociedad civil cuando le venga en gana. Y, de hecho, lo hacen siempre de arriba abajo, confundiendo su verdad con la verdad y usándola para juzgar con ella lo que la sociedad decide democráticamente.

Sin embargo, cuando el procedimiento tiene lugar en dirección contraria, parece que la facilidad, la libertad, la igualdad y la tolerancia no funcionan de la misma manera. No hay más que ver el caso de la profesora de un Instituto que fue enviada a un colegio privado, concertado –o sea, financiado con fondos públicos- y regido por monjas, a hacer unas lamentables pruebas que organiza la Comunidad de Madrid. La profesora vestía una camiseta en la que no estaban dibujadas las siglas del grupo AC DC ni la lengua alargada de Mick Jagger, sino que contenía la expresión “Escuela pública de tod@s para tod@s”. Pues bien, como la profesora en cuestión no es obispa –no podría serlo, dado el machismo imperante en la Iglesia católica- y su opinión no era bien vista por los rectores o rectoras del colegio, fue denunciada a la DAT de Madrid-Capital, esto es, al organismo público del que depende la enseñanza en esa zona de la capital. Un inspector, que pertenece también a ese mismo organismo, al que está adscrito como funcionario, le abrió el correspondiente expediente y propuso una sanción que el Director de la DAT asumió y comunicó a la profesora.

De manera que los curas pueden opinar, criticar, oprimir e incluso decir barbaridades sin que nadie les diga nada ni les sancionen. Pero un ciudadano que tenga su propia opinión, si ésta no gusta a la Iglesia o a alguno de sus miembros, se organiza enseguida una minicruzada de defensa/ataque para que la crítica no se tolere y para que los organismos públicos no ejecuten las normas civiles, sino los caprichos religiosos de unos señores que se sitúan siempre por encima de las normas de la sociedad.

Desgraciadamente, esta es la irreal democracia que realmente tenemos y a la que se apuntan con entusiasmo grandes masas de individuos del país. Y la gente cada vez más dormida y el hedor creciendo.


Lisa Gerrard

lunes, 27 de junio de 2011

Infierno



Debería haber una especie de infierno razonable en el que cada cierto tiempo nos hicieran comprender, no simplemente ver, sino comprender nuestros propios errores. Y que luego nos devolvieran de nuevo al mundo. Sería mucho más justo y más eficaz que esa bastedad del castigo final y eterno.

Belle and Sebastian