Heródoto, que vivió en el siglo V a.C., era un buscador de lo asombroso, capaz de analizar los hechos desde una perspectiva más amplia que la que ofrece la contemplación directa de los hechos. Tenía una enorme afición por los viajes y, en palabras de Jacques Lacarrière, que cita Irene Vallejo en la página 180 del libro,
“se esforzó por derribar los prejuicios de sus compatriotas griegos, enseñándoles que la línea divisoria entre la barbarie y la civilización nunca es una frontera geográfica entre diferentes países, sino una frontera moral dentro de cada pueblo; es más, dentro de cada individuo”.
Escribió un libro, que tituló Historias, en el que no relata el punto de vista de los griegos en las guerras del momento, sino la de sus enemigos, los persas y los fenicios. Con las Historias de Heródoto nace la disciplina que hoy conocemos con el mismo nombre. En palabras de Irene Vallejo (pág. 182),
“la historia occidental nace explicando el punto de vista del otro, del enemigo, del gran desconocido. Me parece un planteamiento profundamente revolucionario, incluso veinticinco siglos después. Necesitamos conocer culturas alejadas y diferentes, porque en ellas contemplamos reflejada la nuestra. Porque solo entenderemos nuestra identidad si la contrastamos con otras identidades. Es el otro quien nos cuenta mi historia, el que me dice quién soy yo”.
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